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CRÍTICA: «TITINA»

Crónica emotiva de una odisea fascinante


La debutante Kajsa Næss ha logrado con este magnífico largometraje aglutinar su pasión por el cine y el concepto clásico de la aventura. Todo ello elaborado a partir de un diseño bidimensional que aporta al conjunto una estimulante sensación de tributo a la animación artesanal. Su arranque ya es de por sí toda una declaración de intenciones que refuerza lo anteriormente expuesto. En dichas secuencias, una perra ya anciana tira accidentalmente de un armario una caja que guardaba un tesoro de valor incalculable, tanto para ella como para su no menos anciano dueño. Dicho tesoro se traduce en unas viejas cintas de película que al ser proyectadas nuevamente, nos llevan de viaje al pasado para embarcarnos en el epicentro del filme que, basado en un caso real, nos ubica en la expedición ártica que, en los años veinte, protagonizaron Roald Amundsen y el ingeniero aeronáutico Umberto Nobile a bordo de un dirigible.

DISEÑO ELEGANTE

A través de una paleta de colores muy luminosa, sobre todo las que se desarrollan en el Polo Norte, “Titina” toma como referencia nuevamente la relación que se establece entre animales y humanos. En este caso, la que compartieron el italiano Nobile y el cachorro que encontró de manera accidental. La película se sirve de la línea clara para perfilar las cambiantes escenografías de las ciudades -diseñadas con elegantes trazos inmersos en una cálida luz primaveral- y el agreste paisaje ártico, de un blanco encegador. Si visualmente es hermosa, otra tanto se puede decir del detalle con el que han sido perfiladas las personalidades de los protagonistas. Todo ello da como resultado una obra entretenida, alegre y reforzada por un discurso muy saludable.