Itziar ZIGA
Escritora y feminista
JOPUNTUA

No me digas que no te viole que no te entiendo

Tres chavales violan juntos a una chica de 18 años en Florencia. Ella les pidió que pararan en varias ocasiones, ella trató de escapar, ella denunció. Y según el juez, aunque es indudable que hubo una violación, los chicos no pueden ser condenados por esta violación que cometieron. Luego dirán que las retorcidas somos nosotras. A ver, los chavalotes malinterpretaron la voluntad expresa de la víctima, por lo que no son responsables de haberla quebrantado. Secuestraría de manera no punible a este y a otros tantos jueces para preguntarles de qué manera consideran que debemos manifestar las mujeres nuestra negativa a ser violadas para que los machos que nos violan y los tribunales que nos reviolan entiendan que no deseamos ser violadas.

El juez dicta que la suya, la de los tres violadores, fue una «conducta incauta», pero no delictiva. Una travesura, vamos. Y vamos al dolorosísimo delirio misógino de siempre, extraído de la sentencia. La chica ya había intimado carnalmente con uno de ellos antes: a ver, zorra, vas follando con uno por ahí y te quejas de que otra noche se le junten dos amigotes, ¡que vas pidiendo guerra! Ella había consumido alcohol y marihuana: en nosotras eso anula nuestro testimonio; en ellos, disculpa aún más su comportamiento. La embriaguez nos vuelve a nosotras más sospechosas y a ellos más inocentes. El juez duda de los detalles que aporta la chica sobre aquella violación múltiple porque, en ese estado, de qué va a acordarse la chavala. ¡En qué estado! Llevo varias décadas alegremente intoxicada y tengo una memoria de elefanta. Todo lo que dices, mujer, ante tus violadores y ante el tribunal que debería juzgar a tus violadores y te juzga a ti, es ininteligible. Y sí, agarrar la cara de una mujer cuando todo el mundo literalmente mira y besarla en la boca cuando no tenéis esa costumbre es violachero. Concluyo con una monja feminista de hace cuatro siglos, Sor Juana Inés de la Cruz. «Dime vencedor rapaz, vencido de mi constancia, ¿qué ha sacado tu arrogancia de alterar mi firme paz?».