Koldo LANDALUZE

Cronometrando las pautas del spaguetti western

Antoine Fuqua y Denzel Washington se han vuelto a reunir en la que se supone es la conclusión de la trilogía protagonizada por Robert McCall, un exagente de la CIA de metódos muy expeditivos y que se sirve de un cronómetro para medir sus letales tiempos de acción en situaciones difíciles, por no decir inverosímiles.

Poco o nada aporta esta tercera tanda que, en un intento por resultar un poco original, se sirve del western, en concreto del spaguetti western, para orquestar un festival de quebrantamientos de huesos, explosiones y tiroteos sin cuartel. Un género, el western, que ya trataron tanto el director como el actor en su remake de “Los siete magníficos”. El personaje encarnado por Washington sigue resultando igual de fascistoide que aquellos justicieros urbanos que capitaneó Charles Bronson en los ochenta.

En esta oportunidad, McCall y su infalible cronómentro recalan a una pequeña comunidad costera del sur de Italia. Herido tras ejecutar una acción, recibirá los cuidados del médico local y es en este punto cuando el formato western adquiere mayor relevancia, sobre todo en un diseño de personajes arquetípicos mil y una veces vistos en escenarios polvorientos y a lomos de caballos.

Ahora, los forajidos son un clan mafioso que monta motocicletas y el pistolero que imparte justicia y que vive al margen de todo en este rincón italiano, deberá retornar a la acción para librar a las afables gentes del pueblo de la amenaza constante que supone la banda mafiosa.

Técnicamente, el filme cuenta con algunas de las secuencias de acción más salvajes de la saga y las coreografías gozan de un buen diseño. El protagonista, por su parte, repite su gesto más severo en cuanto pone en marcha su cronómetro y todo salta en pedazos, en beneficio de la justicia.