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AZKEN PUNTUA

La muerte y la desobediencia


Hallan a una mujer muerta en un cajero de Barakaldo”. Ese era el titular, luego se decía que el Ayuntamiento había cerrado el albergue para mujeres sin hogar de Rontegi. En agosto, se informaba de que cuatro niños morían ahogados en el Egeo mientras la guardia costera de Grecia gravaba la tragedia. El machismo continúa asesinando mujeres y, en Palestina, Israel mata sin que la Comunidad Internacional abra la boca. Una tras otra, las citas a la muerte más pobre se están convirtiendo en un hábito informativo. Se está perdiendo el respeto a la muerte como fin último de la vida, como último derecho de vivir, incluso como tragedia clásica que da sentido a la existencia. Se diría que las muertes que acabo de nombrar, distantes y fuera del confort individual, se reciben como un excedente necesario para equilibrar el actual modelo de sociedad. La superficialidad del carácter social que ha creado el capitalismo ha robado a la opinión pública la sensibilidad y el valor del pensamiento desobediente. Cuando era estudiante solía leer a Bertrand Russell porque era un referente intelectual contra la invasión de Vietnam y a favor del desarme nuclear. Ya en 1916 escribió: «El pensamiento es subversivo y revolucionario, despiadado con el privilegio, las instituciones establecidas y los hábitos confortables».