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Presas de Gadafi


La riada ha desatado una oleada de críticas por inacción a los dos gobiernos -sobre todo al del este de Libia- que se disputan el poder en el malogrado país norteafricano.

Es indudable que el caos político que sufre Libia desde la caída del coronel Gadafi ha agravado las trágicas consecuencias del desastre «natural».

En esta línea, no tardaron en surgir voces, también en Occidente, que cargaban las tintas sobre la responsabilidad de los actuales «gestores» políticos de ese caos, lo que alimentaba, por inversión, el convencimiento de algunos de que «eso con Gadafi no hubiera pasado».

Fue el propio alcalde de Derna quien advirtió de que las dos presas que cayeron como fichas de dominó llevaban sin labores de mantenimiento desde 2008, tres años antes de que el líder libio fuera derrocado y linchado públicamente con el apoyo de la aviación francesa de su otrora amigo y «protegido» Sarkozy.

Estos días se ha sabido que ambas presas mostraban ya grietas en 1998, en plena Yamahiriya (Estado de las masas), eufemismo que Gadafi utilizó para intentar perpetuarse y perpetuar a los suyos en el poder.

Expertos aseguran que las presas, construidas por una empresa yugoslava en los setenta con el loable propósito de conjurar anteriores y mortíferas inundaciones, fueron mal concebidas (una seguida de la otra y con Derna como cauce en caso de rotura) y deficientemente ejecutadas y cimentadas. Concediendo incluso que eran otros tiempos en materia de construcción y seguridad, resulta que después de descubrirse las grietas, y tras encargar en el año 2000 un estudio a una empresa italiana que concluyó que era necesario levantar una tercera presa, la Yamarihiya metió el proyecto en un cajón del sueño de los justos.

Casualmente, la región oriental donde se asienta lo que queda de Derna era hostil a Gadafi y este invertía los menguantes recursos en su tribu (gadafa) y aliados, levantando de la nada ciudades como Sirte. Pasan los años y llega la «primavera libia» que en 2011 se lo lleva por delante.

Desde entonces, todos los años se aprobaba una partida para acometer unas obras de reparación que nunca comenzaron. El dinero era desviado automáticamente a «otros menesteres» en un país doblemente desgobernado y donde las milicias son la ley.

La ira de los supervivientes de Derna es poca.

Pero de ahí a que algunos blanqueen la figura de un Gadafi no menos responsable va un salto solo posible desde una alta dosis de paternalismo post-colonial. Ese que desde el sofá suspira, por nostalgia o por funcionalidad, por que los países de la periferia mundial estén gobernados con mano férrea por regímenes que aquí se nos harían simplemente insoportables.