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Entrevista
Daniel Gordo
Presidente del OSCEC

«Debajo de décadas de vergüenza y de correcciones hay una lengua, el extremeño»

Daniel Gordo (Fráncfort, 1976) es presidente del Órgano de Seguimiento y Coordinación del Extremeño y su Cultura (OSCEC), que trabaja por la difusión y el estudio de la lengua extremeña. Como si de una excavación arqueológica se tratara, afirma que entre los prejuicios asoma un idioma desconocido, incluso para muchos de sus hablantes.

(Aritz LOIOLA | FOKU)

Como presidente del OSCEC, una de las funciones de Daniel Gordo es dar charlas sobre la situación actual y los principales retos de la lengua extremeña. El sábado 16 de septiembre Gordo estuvo en Euskal Herria para ofrecer la conferencia “¿Palramus estremeñu?” en el Hogar Extremeño de Astrabudua (Erandio), y GARA tuvo la ocasión de charlar con él para ahondar en esta lengua olvidada.

Empecemos por el principio: ¿qué es el extremeño?

El extremeño es un dialecto del asturleonés que se habla en el norte de Extremadura. Por tanto, es un pariente del castellano, pero no uno de sus dialectos. Cuenta con estructuras sintácticas propias, ortografía… No hay que confundirla con las otras dos lenguas que se hablan en Extremadura, aparte del castellano: el portugués rayano y la fala.

¿Cuántos hablantes tiene el extremeño?

El problema del extremeño es que aquí, a diferencia de otras comunidades, no ha habido ningún estudio sociolingüístico serio sobre la percepción de sus hablantes. ¿Cuántos pueden quedar? Calculamos que unos 10.000, pero muy dispersos. Además, la diglosia es tal que para muchos de sus hablantes no existe la conciencia de cambiar de una lengua a otra: lo denominan «castellano mal hablado» o «chapurreado». Actualmente, existen monolingües en extremeño que no tienen conciencia de hablar una lengua distinta al castellano.

La ONU incluye al extremeño en la lista de lenguas en peligro de desaparición. ¿Se mantiene la transmisión generacional?

En pueblos como Garrovillas o Serradilla y comarcas como las Hurdes todavía se transmite, aunque es un orgullo de cara hacia dentro, un armario lingüístico. La lengua se queda en casa. Se trata de una transmisión únicamente oral, porque no hay forma de aprenderlo y la presión del castellano es enorme.

¿En qué consiste exactamente el trabajo de la asociación que preside?

Como asociación planteamos charlas y cursos de extremeño ajustados al Marco Común Europeo de Referencia para las Lenguas, pero antes de plantar la semilla hay que quitar la mala hierba y arar bien. Lo primero es combatir los estereotipos y los prejuicios. Queremos que la gente entienda por qué habla así, se reconozca a sí misma y vea que no está sola. En definitiva, que sepan que tienen una lengua y que no se trata de «un deje» o «palabras sueltas».

Como ejemplo, siempre explico la historia del teatro romano de Mérida. Antes de su excavación en 1910, solo asomaban siete grandes bloques que eran conocidos como «las Siete Sillas». Pensaban que eran construcciones sueltas, hasta que se pusieron a quitar los escombros acumulados y apareció el Teatro Romano. Esa es la foto del extremeño en la actualidad. Debajo de décadas de vergüenza, de «así no se dice» y de correcciones hay una lengua, que es el extremeño.

A la hora de realizar su trabajo, ¿cuentan con el apoyo de las instituciones extremeñas?

Nosotros no somos un ente político, sino que basamos nuestro trabajo en los ámbitos lingüístico y cultural. Dicho esto, sí que hemos tenido reuniones con, por ejemplo, la Consejería de Cultura de Extremadura o con Educación. Como ahora ha habido un cambio de Gobierno en la Junta, hay que empezar otra vez ese trabajo, aunque con la Diputación de Badajoz ya está firmado y estamos trabajando en un programa para recuperar la lengua extremeña. Finalmente, tenemos convenios de colaboración con varios ayuntamientos, que es el trabajo más estable.

¿Cómo recibe la población este trabajo por la lengua propia?

El tema de la lengua es transversal. En la asociación tenemos curas, cofrades, comunistas, anarquistas… Desde gente que me dice «yo soy muy conservador, y esto son nuestras raíces», a otros que ven el extremeño como la lengua del «campusino» enfrentada a la de los señoritos. Me sirven los dos argumentos si la conclusión es que el extremeño debe ser protegido y respetado.