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«EL CASTILLO»

Cuando un cuento de hadas salta en pedazos


En este su tercer largometraje, Martin Benchimol aborda en clave de docu-ficción un muy singular cuento de hadas y castillos encantados que inevitablemente choca con la cruda realidad. Justina Olivo se encarna a sí misma, una mujer indígena que en el otoño de su vida heredó una enorme mansión en la Pampa argentina después de haber trabajado toda su vida para la acaudalada familia que la habitaba.

No obstante, y aquí surge el elemento que trastoca el cuento, para hacerse con la propiedad, Justina Olivo debía asumir una condición: nunca podría salir o vender su legado. Ahora vive allí con su hija Alexia Caminos Olivo y, en su vida compartida, madre e hija son seguidas por la cámara estática que utiliza el director argentino para guiarnos a través de uno de los interminables pasillos de la casa. Todo ello, dictado por los compases de la excelente partitura de José Manuel Gatica.

AGUJEROS Y DEUDAS

En este viaje al interior del legado que se transformó en maldición, vamos descubriendo la realidad que se oculta tras su flamante fachada: un edificio muy deteriorado y que sus propietarias no pueden arreglar debido al alto coste que ello implicaría.

A medida que las paredes se resquebrajan y cae el yeso de los techos, ellas tapan los agujeros como pueden. Antes tenían varias vacas y, cuando llegó el momento de pagar las facturas e impuestos, se vieron obligadas a venderlas.

Cada una de las inquilinas de este encierro alberga un deseo que parece no tener cabida en un espacio estático en el que parecen haber quedado atrapadas para siempre y es en este punto cuando el cuento de hadas que relata la película salta en pedazos y asoma una crítica social en torno a los graves desarreglos económicos que padece gran parte de la población latinoamericana y, sobre todo, indígena.