EDITORIALA

Gaza demanda un alto el fuego, el genocidio debe parar

En medio del recrudecimiento de los bombardeos, con el Gobierno de Netanyahu marcando los hospitales como objetivo militar, los aliados del genocidio votaban en la ONU contra un alivio de los ataques para atender la emergencia humanitaria, mientras difundían la sospecha sobre el número de muertes que está provocando el sitio de Gaza. Le siguieron otros, pero el primero fue el presidente de EEUU, Joe Biden, gracias a cuyo material y asesoramiento están arrasando Gaza. Acusó a las fuentes palestinas de hacer propaganda y exagerar las cifras, a lo que las autoridades sanitarias respondieron el jueves con la lista de nombres y apellidos de las personas muertas hasta ese día: 7.028, de las que 2.913 eran niños y niñas.

Tras la terrorífica noche del viernes, cuando a algunos de los peores bombardeos hasta la fecha se les sumó un apagón general de las comunicaciones -lo que además de provocar terror en la población impide el rescate y la asistencia sanitaria-, esos números han escalado de forma desesperanzadora.

La humanidad entera está presenciando espeluznada esta masacre. Ante esa realidad, el negacionismo pretende combatir la imagen global de desproporción despiadada que está dejando el asedio; abona la impunidad sobre los flagrantes crímenes de guerra que están cometiendo Israel y sus aliados; y dificulta lo que más teme en este momento el Gobierno de Netanyahu: el alto el fuego que demandan los organismos internacionales y la opinión pública mundial. No solo es crueldad, es estrategia militar.

Estas posturas bélicas son parte de un manual reconocible, basado en la desinformación y la censura, en la ocultación de actos de guerra ilegítimos y en no rendir cuentas, en la deshumanización del adversario y la trivialización de su sufrimiento. El factor religioso reafirma este marco y le suma la ley del talión. Desde una perspectiva humanitaria, estas conductas políticas son inaceptables. Igual que desde una perspectiva de izquierda o revolucionaria.

ENEMIGOS DE LA «INDUSTRIA DE LA PAZ»

Ocultar las causas de los conflictos, no asumir responsabilidades y obstaculizar el cauce político responde a los intereses del statu quo, que en el caso palestino es la ocupación y el régimen de apartheid.

En la experiencia vasca, los analistas españoles que durante el cambio de estrategia de la izquierda abertzale no acertaban nada de lo que iba a pasar -simplemente porque su objetivo era favorecer la vía represiva y sabotear el cambio político-, solían utilizar el término «industria de la paz» para menospreciar a los mediadores internacionales. Les acusaban de enriquecerse, de tener intereses ocultos, de ser amigos de Arnaldo Otegi o de blanquear a ETA. Ellos, que repetían consignas de partidos y ministerios, acusaban a los expertos internacionales de parcialidad y de beneficios.

Uno de esos expertos era Martin Griffiths, actual subsecretario general de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas. Precisamente, Griffiths es el diplomático al que Israel ha vetado el visado esta semana para «darle una lección» a la ONU y a su secretario general, António Guterres. Fundador del centro Henry Dunant, entidad que impulsó el diálogo en el proceso vasco entre los años 2005 y 2007, las personas que conocen al diplomático británico destacan su personalidad, su conocimiento y su compromiso.

Su papel no era conocido por la sociedad vasca hasta que, en el décimo aniversario de la Conferencia de Aiete, acudió a Donostia. Sus colegas contaron cómo Griffiths logró la participación de Kofi Annan en 2011, la implicación de Jonathan Powell, negociador británico en Irlanda, o la aportación de Mark Muller, abogado del caso de Inés del Río ante el TEDH que supuso el fin de la llamada «doctrina Parot». Cuestiones y personas que, sin duda, molestaron a quienes despreciaban la «industria de la paz», como molestan a quienes quieren negar el genocidio en Gaza.

Por todo ello, la labor de estas personas es crucial para dar soluciones políticas a conflictos políticos. Su némesis son los militares y la industria de la guerra, quienes sostienen que el negacionismo y la represión son la estrategia perfecta para ahogar las legítimas demandas del pueblo de Palestina. El 7 de Octubre esa tesis se derrumbó. Sus responsables serán juzgados por ello, siempre que se impongan las normas que defienden Griffiths y los suyos, y que implican la descolonización y la autodeterminación de Palestina.