Invierno
Un año más desde hace medio siglo, en la madrugada de este último domingo del mes de octubre a las tres fueron las dos, después de retrasar los relojes al horario de un invierno que llega tras un otoño tan gélido que ha hecho nevar cenizas blancas de las que hielan venas. No las de todo el mundo, porque la sangre al parecer no es la misma en todas las personas. Así debe de creerlo Macron, que, ante la devastación que propone Israel, le reconoce un supuesto derecho a la respuesta militar, o sea, la impunidad, y que, mientras llama solemnemente a una tregua humanitaria en Gaza, prohíbe cualquier manifestación de solidaridad con Palestina. Tras este cinismo, se esconde una cobardía y una complicidad que hacía tiempo que no eran tan generalizadas en una política internacional en la que la ONU ha quedado reducida a la caricatura.
No estaremos en aquel contexto, cierto, pero es indudable que hemos retrasado los relojes al verano de 1933, cuando la vida de un judío valía tan poco para los supremacistas de entonces como la de un palestino para los de hoy en día. Y también es evidente que la cobardía y la complicidad con las que acabamos de entrar en este horroroso invierno de la historia nos lastrarán tanto que tardaremos décadas en reencontrarnos con la primavera, si llega.