Josu MONTERO
Crítico literario y escritor

Tebeos

Fuimos niños imbuidos sin saberlo de existencialismo, de absurdo, de kafkiano estupor, de surrealismo, de esperpento, de manía a los jefazos y de solidaridad con los humillados y ofendidos.

«Conozco por lo grotesco de sus facciones que es usted un hombre serio», le decía un personaje a ese hombre apocado que soñaba proezas que era Morfeo Pérez, y su “vida adormilada”, y cuyo dibujante, Conti, creó también el loco Carioco.

Sí, hablo de los tebeos, que afortunadamente poblaron nuestra niñez de babyboomers, sobre todo de los tebeos de aquella empresa esclavista que fue Bruguera. Muchos de aquellos dibujantes habían sido soldados o funcionarios o periodistas republicanos purgados y represaliados, un puñado de rojos desesperados buscándose la vida y sembrando en los críos la semilla negra de la risa y el versosueltismo.

En ocasiones algunos personajes se metamorfoseaban en una viñeta en gusanos o caracoles que se arrastran, como un Kafka sainetero y burlón, pero también terrible. Gozábamos con la desestructuradísima Familia Cebolleta o con las estrambóticas Hermanas Gilda, del gran Vázquez; con Don Pío o Gordito Relleno, de Peñarroya y su oscurísima línea clara; con Carpanta, Petra o Zipi y Zape, de Escobar; con 13 Rue del Percebe, Rompetechos, Pepe Gotera, Mortadelo o Sacarino, del estajanovista Ibañez; con Doña Urraca, de Jorge; con Rigoberto Picaporte, de Segura; con Olegario, de Raff... Nos fascinaban los dibujos, ¡pero cómo hablaban aquellos personajes! “Me defunciono”, solía soltar uno de ellos.