Aritz INTXUSTA
PASOS HACIA LA REPARACIÓN DE LA TORTURA

Avanzar en reparación incide en las secuelas de la tortura

La secuela que deja la tortura no es un mal recuerdo, una foto fija de lo que pasó. Fluctúa en función del contexto sociopolítico de cada momento. Esta idea es la que se transmitió en las conferencias internacionales sobre reparación que organizó la Red de Personas Torturadas de Nafarroa, a las que acudieron expertas de Chile y Perú.

Lorena Pérez Osorio y Jorge Txokarro, durante la primera conferencia.
Lorena Pérez Osorio y Jorge Txokarro, durante la primera conferencia. (Idoia ZABALETA | FOKU)

Las víctimas de la tortura chilena no contaban siempre lo mismo a sus terapeutas. A inicios de los 90, cuando cayó la dictadura pinochetista, los torturados expresaban un sentimiento muy particular. Sentían el alivio de que al menos estaban vivos, pues otros compañeros acabaron muertos o peor que eso, desaparecidos.

Pasaron los años y la herida acabó saliendo. Era su dolor a medias, pues la reparación en aquel país a través de la Comisión de la Verdad quedó así, a medias, y la justicia prometida jamás llegó. Tras el Estallido Social (la brutal represión de 2019 y 2020 que vivió el país y que trajo una ola de torturas, abusos y malos tratos) los traumas de los torturados se agravaron. Empezaron a decir: «Y todo es, todo esto que sufrimos, ¿para qué?».

Lorena Pérez, psicóloga de la organización pro Derechos Humanos Cintras, ha escuchado durante años estos testimonios de torturados de su país. Explicó esta variación tan particular de los supervivientes en una jornada organizada en Iruñea. Es como si el trauma por lo vivido, lejos de poder olvidarse o quedar encerrado en el recuerdo de unos días concretos, permaneciera vivo y tuviera una intrínseca relación con el contexto sociopolítico de cada momento.

«El dolor se reactualiza cuando aparece el negacionismo, cuando se encuentra la osamenta de un desaparecido», explicó Pérez. Quien subrayó, además, que la rehabilitación en un contexto de impunidad para los victimarios dificulta enormemente la recuperación de sus víctimas.

La técnica de Cintras añadió, además, que esta impunidad tiene un efecto nocivo, pues incide en el contexto sociopolítico al que sus víctimas son permeables. Dejar impunes a los torturadores arroja sobre las víctimas el mensaje de que lo que les hicieron «no era lo suficientemente importante como para investigarlo».

CAMBIAR LA SOCIEDAD

COMO FORMA DE REPARAR

Esta admisión de la tortura como una práctica de entidad menor, en ocasiones, se acompaña del mensaje «de que 'algo habrán hecho', como si algo pudiera justificar la tortura», comentó Lloret. Por este motivo, concluyó que «el contexto político no es el marco de la foto, sino parte de la foto».

La chilena defendió que los informes sobre lo sucedido, como el que se realizó en Chile en 2003 o los que recientemente se han elaborado en la CAV y en Nafarroa «no son suficientes si se quedan para mera estadística».

Constituyen, a su juicio, herramientas para difundir esa verdad y concienciar de la gravedad de estos crímenes de lesa humanidad. Su función es, pues, incidir en el contexto sociopolítico para así reparar.

Con moderación del periodista de GARA Martxelo Díaz, Pérez compartió panel en las jornadas internacionales con Jorge Txokarro, de la Red de Personas Torturadas organizadora del evento.

«La tortura aquí no estuvo ligada a la dictadura o a un hecho extraordinario como fue el Estallido Social de Chile, sino que en realidad funciona como denominador común desde el franquismo hasta el 2014», afirmó Txokarro.

«Ahora nosotros somos fruto de la impunidad y del silencio, porque la impunidad es silencio y el silencio, impunidad», continuó.

Txokarro defendió el trabajo que realiza la Red para cambiar ese contexto psicosocial, citando como sus ejes fundamentales proseguir con la investigación y ampliar el censo de personas que sufrieron este tipo de maltrato.

«Este es un contexto político que nos permite salir del subsuelo, porque venimos del subsuelo. Aquí ha sufrido mucha gente, pero no estamos a la misma altura de reconocimiento y reparación que otros», aseguró.

DEMOSTRAR LA TORTURA, PEOR EN «DEMOCRACIA»

El empleo de la tortura como una herramienta sistemática por parte de las fuerzas de represión no es para nada una característica propia de Euskal Herria. En la segunda de las conferencias de ayer tomó parte la psicóloga clínica peruana, Juana Lloret, que trabajó en la Comisión de la Verdad de su país y que admitió que, precisamente, las torturas a las que se sometió a la población con gobiernos elegidos de forma democrática fueron las más difíciles de admitir.

Según explicó Lloret, un estado que se entiende democrático se resiste aún más a reconocer esta práctica. A lo sumo acepta un caso concreto, pero acotándolo a «un exceso» o «un golpe de más», pero nunca admite que sea sistemático.

Lloret explicó, sin embargo, que la tortura no se usa para quebrar a una persona detenida. Ni son casos puntuales ni excesos: «El Estado recurre a la tortura para atemorizar no solo a su víctima, sino a todo un sector de la población, a ese sector que piensa diferente».

La única forma de combatir eso es a través de la capacitación técnica. Hay que saber hacer peritajes que prueben la tortura cuando no hay marcas en la piel y la herida no se ve.

La limeña habló de la importancia y las limitaciones del Protocolo de Estambul, y añadió que ellas pasan una herramienta propia, elaborado con el Ministerio de su país. Tienen que vencerle con sus propias armas para forzarlo a que investigue. Eso sí, «conseguir el reconocimiento es un trabajo de años», advirtió.

La psicóloga clínica Olatz Barrentxea, que compartió mesa con su compañera venida del otro lado del Océano, ha trabajado con víctimas en Euskal Herria y reconoció que realizar esos trabajos de peritación resulta muy complicado.

«Los informes periciales con el Protocolo de Estambul los empezamos a hacer en el 2010. Antes no sabíamos pasarlo, aunque teníamos mucha experiencia en clínica. Aquí se han recogido miles de testimonios y muchos los hemos perdido», reconoció la psicóloga. Algunos de esos testimonios -añadió- se los llevaba la policía cuando se llevaba ordenadores en sus redadas contra el independentismo.

Ambas psicólogas incidieron en ese aspecto psicosocial que tiene la tortura, pues cambia el modo en que una persona se relaciona. «Como también lo hace la cárcel», añadió la especialista peruana.

Según Lloret, la mente activa unos mecanismos de protección, como la disociación, para superar el maltrato que está sufriendo. Pero, al acabar el episodio de tortura, no siempre se desactivan. «Por eso mantienen contestaciones irritables, se aíslan o tienen momentos de desesperanza. Muchas veces, los hijos se sorprenden porque, esa alegría de volver al padre al hogar, pronto acaba desapareciendo».

¿EXISTE LA RESILIENCIA A LA TORTURA?

La jornada se cerró con una tercera charla a cargo del psiquiatra Pau Pérez y del forense Paco Etxeberria sobre la resiliencia. Le tocó arrancar a Pérez que se planteó si acaso la resiliencia existe, si hay alguien capaz de soportar indemne la tortura. Concluyó que no, que más bien las personas responden a circunstancias así como barro húmedo y que, necesariamente, la tortura acaba moldeando a quien la padece.

Sí que existen, detalló Pérez, elementos a los que permiten que el daño sea menor: la militancia, la familia, la dignidad o incluso el tiempo (el saber que acabará). Pero todo eso el torturador ya lo conoce y, por eso mismo, es ahí donde atacan. Mienten sobre la familia, desnudan para humillar, disfrazan el paso del tiempo jugando con la luz y la comida.

A veces, sin embargo, se equivocan, regalando a sus víctimas algo donde agarrarse. Paco Etxeberria relató cómo varias mujeres le contaron que sus torturadores se insinuaban para mantener una relación cuando todo acabase. «Reaccionaron dándose cuenta de que el torturador es un idiota y caer en la cuenta les dio una fuerza para aguantar».