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«L’elisir d'amore», la ópera «vasca» de Donizetti

En “L’elisir d’amore”, Donizetti reproduce musicalmente un texto ambientado cerca de un caserío en la Ipar Euskal Herria rural. El compositor italiano nunca estuvo aquí, pero tomó este país como recurso artístico para recrear un mundo lejano. Está en la ABAO, en Bilbo.

Joel Prieto y Elena Sancho, con el resto del elenco del «L’elisir d’amore» que se ha estrenado en Bilbo. (Oskar MATXIN | FOKU)

No se oyen zortzikos, ni se bailan aurreskus u otras muestras de folklore euskaldun en “L’elisir d’amore”. Porque la ubicación en Euskal Herria es un mero recurso narrativo para ambientar esta “opera buffa”, ligera y divertida, típica del repertorio del bergamasco Donizetti, quien se inspiró en la obra “Le philtre”, del autor francés Eugène Scribe.

Lógicamente “Le philtre” (El filtro), también está ambientada en tierra vasca, más concretamente «représente les campagnes de l'Adour», se puede leer. Es decir, estamos en Ipar Euskal Herria cerca de un baserri, palabra que no aparece escrita así en el texto de Scribe, donde se define como «une ferme» (una granja).

Por lo visto, ni el francés ni Donizetti visitaron nunca Euskal Herria. El bergamasco fue además un hombre desafortunado, que murió joven y atormentado por una enfermedad que por aquel entonces no tenía cura: la sifilis. Se trataba de un incansable creador de música, ídolo en Nápoles y en París gracias a sus piezas divertidas, donde el elemento de la locura tenía un papel destacado. Locura por amor, por supuesto.

Scribe, por contra, nunca se movió de su ciudad natal, París, llegando a la Academie Française, la crème de la crème de la literatura. Ostentaba el escaño 13 y era un hombre con bastante personalidad.

Un detalle común entre Donizetti y Scribe fue que escribieron muchísimo. Al pobre bergamasco, su supuesto amigo Vincenzo Bellini (el compositor de “Norma”) lo apodó “Dozzinetti”, recurriendo a la palabra italiana “dozzina” (docena) y al adjetivo “dozzinale”, traducible al castellano como «algo de baja calidad».

En un panorama dominado en aquella primera mitad del siglo XIX por Gioachino Rossini, Giuseppe Verdi y el mismo Bellini, y con Giacomo Puccini listo para tomarles el relevo, Donizetti acabó su vida reventado, además que enfermo.

Rossini nunca estuvo en Sevilla, ni Verdi en Babilonia, ni Donizzeti aquí, pero su capacidad de inventar realidades y traducirlas en música y palabras queda fuera de duda. Sus recursos narrativos parten de su capacidad extraordinaria. El listado de ejemplos es largo, pero nadie se ha atrevido a imaginarse Euskal Herria como ellos: si el «elisir d'amore», este filtro milagroso que logra enamorar a cualquier joven, es un vino, se debe a que los protagonistas viven en la aldea del Adur, en una Iparralde un poco ingenua y alegre. Pero, ¿vino de Burdeos? En el fondo, resulta más reconocible que una botella de Irulegi.