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Doce años y el quinto conflicto ya por pornografía (y más) en el móvil

Asier va a cumplir 13 años, cursa estudios en un centro público de Donostia y es uno de los cientos -¿miles?- de menores «invitados» a los grupos de Whatsapp sexuales investigados por la Ertzaintza. Pero, para él, es solo un caso más de este año. Lo que más le inquieta es cómo tienen su número... y si le quitarán el móvil.

El porno es un componente más de la mesa de estudio de muchos menores vascos. (GARA)

Cuando ha escuchado en “Teleberri” la noticia de los dos grupos de Whatsapp por los que circulaban mensajes pornográficos, y quizás (así lo afirman algunos participantes) prácticas y propuestas de pederastia, Asier primero se ha encogido de hombros. Luego ha mirado al techo unos segundos y ha recordado que hace unas semanas le incluyeron en un grupo que encaja con la descripción que aparece en los medios: imágenes sexuales -algunas reales, otras fotomontajes-, gifs supuestamente cómicos, vídeos cortos de contenido ofensivo («hola, putas») o con mensajes de odio (la quema de una bandera LGTBI+)...

En esta última ocasión Asier, que cumplirá 13 años el mes que viene, se salió del grupo rápidamente, asegura. Es probable que para entonces ya estuviera muy escarmentado con estas intrusiones. Lo que más le preocupa a estas alturas es que «no sé cómo tienen mi número de móvil». Puede ser porque a «alguien» se lo hayan facilitado sus amigos o porque «alguien» haya accedido a listas enteras de un chat.

¿QUIÉN ES «ALGUIEN»?

Esa es la pregunta, aunque seguramente se la hacen más los mayores que los pequeños. Tras ver la noticia, a Asier le quedan dos motivos de angustia: ha visto a un ertzaina en pantalla («¿nos pueden meter en la cárcel?») y sabe que hay grupos de madres y padres organizándose para poner coto a los móviles a estas edades («¡no es justo!»).

Escarmentado, porque este tipo de problemas han aparecido en su vida nada más disponer de un móvil, hace ahora diez meses «porque todos lo tenían», e incluso del ordenador de la ikastola. Esto fue el pasado curso, al llegar a la ESO.

El primer conflicto llegó con los grupos de Whatsapp de la clase y, en menor medida, del equipo de fútbol. Un vistazo rápido al móvil muestra que, junto a los cruces de mensajes casi monosilábicos propios de esta edad, hay una hilera de gifs escatológicos, vídeos con escenas a veces solo surrealistas y a veces brutales, el fotomontaje de un archiconocido futbolista con un pene descomunal... «Es culpa de Alan y Marta [nombres figurados], que son unos pesados», detalla. En los chats del equipo, más de lo mismo aunque en tres versiones: «Tenemos el chat de los colegas, luego otro con el entrenador y hay uno más del club en el que están los padres. Eneko se confundió y metió un vídeo porno en el del entrenador. Lo borró rápido pero le cayó una buena bronca y se quedó sin jugar un partido», detalla Asier. «¿Estos chats también son delito?», pregunta luego, hecho un mar de dudas. Las mismas que tienen los adultos.

EL CHROMEBOOK Y EL «INSTA»

En el aula también han aparecido problemas por la tecnología y el porno, en este caso con el Chromebook facilitado a cada alumno por el Departamento de Educación. ¿Acaso se puede ver porno en el material oficial? No, hay aplicaciones de control que lo impiden, pero el primer juego entre los alumnos consistió en intentarlo.

Cuando vieron que no era posible, uno hizo la broma de poner «Pornoa ikusi» en la pantalla de una compañera, con tan mala suerte que el irakasle pasó por allí y lo vio. El responsable acabó con un castigo leve. Lo grave fue cómo el asunto creó «mal rollo» en la clase: «A Jon ahora le llaman ‘sapo’ porque dicen que se chivó».

El equipo de fútbol tenía también un grupo de Instagram, pero ahora lo ha perdido. Resulta que hace un par de meses, en vez de las de los partidos, aparecieron las fotos de una chica. «Yo no sé quién era», se apresura a explicar. No se trataba de imágenes pornográficas, como mucho algo insinuantes, pero no han conseguido quitarlas ni restituir las anteriores. «¡Nos han hackeado el Insta!», clama Asier con el victimismo propio de sus 12 años.

Alguna madre se ha interesado por la cuestión, pero recuperar la cuenta parece muy difícil. Todos los inscritos tendrían que denunciarlo, pedir la restauración y esperar la respuesta. Lo más inquietante es que, como pasa con las invitaciones anónimas para el chat de Whatsapp, nadie ha sabido quién es la chica, quién y por qué ha hecho el hackeo ni cómo puede ser tan fácil acceder a una cuenta en la que además los participantes son menores.

Pornografía al margen, los mensajes de odio propagados en estos grupos también han tenido sus consecuencias y han sido violentas. «Ritxi se cabreó mucho porque vio un mensaje en el chat donde le llamaban ‘maricón’. Le metió un puño en el patio a Eneko, pero luego no había sido Eneko, fue Santi, que quería gastarle una broma. Ha sido una movida. Luego ya se han hecho amigos otra vez Santi y Ritxi, pero Eneko no, y dice que le dará unas hostias cuando pueda».

La tarde de Halloween hubo una «quedada» por Whatsapp para pegarse con los del colegio privado (religioso) del barrio, en una zona de monte cerca del instituto. «Querían hacer como los mayores cuando la pandemia, que quedaron para darse con palos y todo, y hasta vinieron los ertzainas en dos furgonetas», resume Asier. La de esta vez no fue a mayores; aparecieron unos pocos y se tiraron huevos desde lejos. Lo grabaron con el móvil, claro.