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EDITORIALA

El poder del movimiento feminista y de la sociedad vasca


No hay muchos pueblos en el mundo en los que un movimiento social tenga la capacidad, a través de una alianza con sindicatos y con el apoyo de algunas fuerzas políticas y medios de comunicación, de colocar un tema en el centro del debate público. El feminismo en Euskal Herria lo ha logrado a través de una huelga feminista general que rompe esquemas, que ha cosechado logros relevantes, que tiene algunas debilidades evidentes y que dejará un poso sociopolítico a medio plazo. Todo ello, por supuesto, pese a la resistencia del establishment.

Ese poder social debe ser razón de orgullo y un ejemplo para todas las personas que creen en la igualdad y que luchan por la emancipación.

La reacción de los interpelados

La demanda de un sistema de cuidados público y comunitario es concreta, resume a la perfección cómo funciona el sistema heteropatriarcal, afecta a toda la sociedad y establece responsabilidades a diferentes niveles, desde el personal hasta el institucional. Interpela a todo el mundo, sin excepción. Es un tema que puede ayudar a desbloquear otros mecanismos de perpetuación del sistema, especialmente los asociados a los mandatos de género.

Lógicamente, el primer destinatario de las demandas de la huelga del 30N eran las administraciones públicas vascas. La denuncia de la mercantilización de los cuidados y la precariedad que sufren muchas de sus trabajadoras, principalmente mujeres y migrantes, ha sentado mal a PNV y PSE-PSN, mentores de un modelo insostenible pero rentable para sus amigos y cómodo para ellos. Las delegaciones del PSOE se han evadido del tema, en parte porque los sindicatos estatales también lo han hecho. En el caso de los jeltzales, como ocurre habitualmente, sus dirigentes no asumen su responsabilidad y han puesto en duda las vivencias cotidianas de la ciudadanía.

En el modelo actual, la gente ve claramente cómo la colaboración público-privada supone un traspaso de rentas de lo público a lo privado, constata que la única rentabilidad es la de las empresas privadas que gestionan esos servicios y le parece innegable que se refuerzan el clasismo y la explotación. La gente padece el empeoramiento de los servicios en todas sus relaciones con las administraciones. Y lo paga, caro.

La patronal también ha sido cuestionada por sus prácticas oligopólicas. Se ha señalado la red clientelar que hace negocio con los cuidados, explotando a las trabajadoras y dando un servicio pésimo. Son empresas de amigos o nuevas ramas de empresas de otros sectores asociados a la administración. La entrada de fondos buitre en este sector es otra señal de alarma.

La mesa intersectorial es el instrumento que ha propuesto el movimiento feminista a los gobiernos de Gasteiz e Iruñea. Admitir a ese movimiento como interlocutor y responderle sería un avance. Por otro lado, si de verdad se abre un nuevo ciclo político, habrá que desarrollar alternativas cuanto antes, diseñando una transición hacia ese nuevo modelo.

Otros retos, más allá de marcar la agenda

Los hombres han sido los otros interpelados, porque son los beneficiarios de este sistema, porque la sobrecarga que pesa sobre las mujeres es la que ellos no asumen, y porque en general no se responsabilizan de los cuidados en pie de igualdad. Todo ello aumenta la brecha de género a pesar de los avances logrados en el terreno de la igualdad formal. No obstante, se han experimentado espacios mixtos que se deberán evaluar y modular. Como decía bell hooks, el feminismo es para todo el mundo, pero no es una definición, es sobre todo una práctica política.

Algunos de los límites que se han visto en la huelga tienen más que ver con los debates socioeconómicos pendientes del país. Entre otros, los desequilibrios en las condiciones de trabajo entre lo público y lo privado o la brecha de ciudadanía entre migrantes y autóctonos. También está la despolitización, el rearme de culturas reaccionarias que supuran machismo.

El debate sobre los problemas de la huelga como instrumento idóneo quizás siga vigente teóricamente, pero incluso dejando de lado su difícil resignificación, cuestiones simbólicas y sobre nuevas formas políticas, en la práctica se ha demostrado algo: más allá del proselitismo y de la experiencia particular de los cuidados, seguramente esta era la única forma en la que una gran parte de la sociedad vasca podía tomar conciencia de esta prioridad política común.