Iratxe FRESNEDA
Docente e investigadora audiovisual

Buenos Aires querida

Recuerdo con nitidez cuando la cineasta Mirentxu Loyarte, durante la grabación de ‘‘Irrintziaren Oihartzunak’’, mientras hablaba del exilio, describía la sensación que tuvo al llegar a Caracas: ‘‘el aire era denso’’, nos decía. Precisamente la misma impresión he tenido estos días tras aterrizar en Buenos Aires. El aire es denso en esta ciudad, alimentado de una humedad primaveral asfixiante. Una asfixia que es real y simbólica y que se traduce en el estar en el mundo de muchos porteños.

Me comentaba un amigo bonaerense que la gente en la urbe está triste, enfada y apenas sonríe. El sentido común te lleva a pensar que con la pobreza en un 40% y un 9% de la población en la indigencia, entre otros muchos males, ¿quién tiene ganas de sonreír? Desde luego no el niño que tras pedirnos dinero en inglés robó un anillo en una tienda, ni siquiera el que jugaba a fútbol descalzo en la tienda de su madre mientras esta discutía con un cliente por el precio de los productos (y se defendía de la desconfianza hacia ella por ser de origen asiático), o los bebés en brazos de sus progenitores yonquis y desesperados vagando con ellos por la ciudad pidiendo unos pesos que nada valen.

La densidad se corta con cuchillo en Argentina y no tiene visos de ir a mejor. Buenos Aires nos ha dejado el corazón destrozado.