El tramo de Bildu
Lo más amistoso que Bildu puede esperar de los que crean opinión en los medios de comunicación españoles es que digan que le falta un tramo. Aceptarán que ha recorrido camino en la dirección que tienen ellos por correcta, pero advertirán que todavía le falta un tramo para ser homologado con los partidos totalmente democráticos, o sea, como los otros que toman asiento en el Parlamento español. Recordarán también, para aliviar la osadía de normalizar a Bildu, que en esa formación conviven representantes con un pasado impoluto como el de Oskar Matute, que estuvo en Ermua pidiendo la liberación de Miguel Ángel Blanco. Poco después, en otra tertulia, alguien recordará, por si acaso, que otros bilduetarras no estaban en esa vigilia en la que, si ETA hubiera interpretado la voluntad de la izquierda abertzale, se hubiera topado, más que probablemente, en que nadie estaba de acuerdo con aquel inhumano e injustificable desenlace.
Viene esto a cuento de la renuncia de Arnaldo Otegi a presentarse como candidato a la lehendakaritza de la CAV por motivos más que previsibles y la probabilidad de que la candidatura de EH Bildu termine siendo la más votada en la próxima consulta electoral. Viene a cuento de las vehementes declaraciones del candidato socialista en las que proclama que ellos, los socialistas de este territorio, nunca harán lehendakari a un candidato de Bildu, tal vez porque también ellos piensen que le falta un tramo o simplemente porque interpretan que es eso lo que les conviene. Al eibarrés candidato, acunado en los brazos de Iñaki Arriola y la Casa del Pueblo, no se le puede ocultar que sus recientes magníficos resultados en el escenario estatal no se van a repetir en el marco de la Comunidad Autónoma Vasca: sabe bien, como todo el mundo, que el voto no fue a favor de, sino en contra de. Debería ser consciente también de que alguna cuota les corresponde en el desgaste del Gobierno vasco en general y en el de las carteras de su partido en particular: no todo va a ir a la cuenta de resultados jeltzales, no desde luego la escandalosa historia del vertedero de Zaldibar. El candidato socialista aparentará estar seguro de que la sociedad PNV-PSE (EE/PSOE) se podrá revalidar y que, si hiciera falta, hasta un tripartito con el PP sería posible, pero no sin consecuencias y efectos negativos de futuro.
El PNV, al que alguien le jugó una mala pasada con la abrupta filtración a "El Correo" del veto a Iñigo Urkullu, se ha visto forzado a improvisar una puesta en escena del sustituto que no entraba en sus cálculos. No sorprende tanto la figura del elegido ni su oportunidad, como la manera con la que el EBB parece habérselo hecho saber al relevado. Desde tribunas varias y diversas, todos los opinólogos parecen estar de acuerdo en que el adversario a batir será esta vez EH Bildu; todos parecen estar de acuerdo en que el PNV, como el PSE, nunca apoyarán la candidatura de la izquierda abertzale y harán causa común entre sí y hasta con el PP, para evitar que una izquierda soberanista, a la que le faltaría al menos un tramo, se hiciera con la lehendakaritza. Nadie parece recordar cómo accedió Bildu en Gipuzkoa a encabezar la Diputación y la alcaldía de Donostia, nadie parece estar pensando en que tal vez, si la diferencia de Bildu fuera significativa, la dirección del PNV pudiera optar por respetar la voluntad de los votantes y la dignidad de su historia, y decidiera pasarle la patata caliente de la gobernación a los abertzales de izquierda.
Mientras nadie parece dudar de que el Podemos de aquí puede casi diluirse en Bildu, casi desaparecer entre sumas y restas, nadie parece reparar demasiado en la avería que le puede hacer al PNV el PP de aquí, con un candidato más presentable y creíble esta vez, con un mensaje radical, bronco y sin complejos al estilo Ayuso, con el acompañamiento desde Génova de los tiempos de Mayor Oreja, con un patriótico e ilimitado apoyo mediático. ¿Cuántos votos populares han venido eligiendo a un PNV razonable como puerto refugio? También esto se verá en unas elecciones que servirán sobre todo para tomar el pulso a una sociedad que asiste con asombro y preocupación al espectáculo de la política española, una sociedad que ha dado muestras sobradas de madurez y de que no se deja fácilmente manipular, una sociedad que, cuando olvida, como reiteran los que aparentan escandalizarse por ello, no es porque esté moralmente enferma, como dicen, sino porque es capaz de recordar todo y no solo parte de los tramos, y también de aplicar cuando corresponda, como defiende el poeta, que «el olvido puede ser más piadoso que la memoria».