Anjel ORDOÑEZ
Periodista
JOPUNTUA

Candelaria

Según los cánones de la Iglesia católica, el belén no se debe retirar hasta el 2 de febrero, día de la Candelaria. Todavía hoy, hay muchas familias que siguen fieles a esta tradición que consiste en escenificar el nacimiento de Jesús de Nazaret en un lugar de la actual Cisjordania llamado Belén, a través de una representación plástica del pesebre, la estrella, los animales, los pastores, los magos de oriente y los protagonistas: Jesús, María y José. Junto al arbolito y los villancicos, es uno de los iconos de la Navidad más costumbrista. La Iglesia estipula, sensu stricto, que la Natividad comienza con el alumbramiento del predicador, el 25 de diciembre, y termina el primer domingo que sigue a la Epifanía. Sin embargo, hasta el día de la Candelaria, en el que calendario litúrgico sitúa la Presentación de Jesús en el Templo de Jerusalén, el belén debe seguir en su sitio. Ya lo he dicho otras veces: nadie como la Iglesia para hacer del pormenor virtud y precepto.

Dicho esto. En realidad, la Navidad se cierra, de golpe, cuando empiezan las rebajas. El calendario capitalista, como en su día hiciera el cristiano con el pagano, se aprovecha de aquellos hitos precedentes que le interesan, se los apropia y los potencia en aquellos casos en los que conviene a sus calculados objetivos consumistas. La Navidad, en ese sentido, se sostiene inmutable porque viene cargada de regalos y compras sin medida. La Asunción, el Corpus, Pentecostés... han corrido peor suerte y han claudicado ante otras mucho más lucidas y lucrativas como el Black Friday, Cybermonday o Halloween. Resiste la Semana Santa porque conviene, y mucho, al sector turístico, que siempre aplaude con entusiasmo la concentración de puentes, pontones y pasarelas.

En resumen y grosso modo, la sociedad en la que vivimos padece una suerte de destructiva adicción al sometimiento cercana al masoquismo. Hemos mudado de la opresión omnímoda de la religión más recalcitrante a la asfixiante dependencia de la tiranía del consumo: de la sartén al fuego. No tenemos remedio. Y si no media revolución, así seguiremos. Per secula seculorum.