Txema GARCÍA
Escritor y periodista
KOLABORAZIOA

La sociedad de los pélets

Vivimos y viajamos en la cabina de una aeronave llamada Tierra rodeados de pélets minúsculos por todas partes, es decir, por tierra, mar y aire. Lo hemos contaminado todo. Los plásticos se han adueñado de nuestras vidas, de nuestras casas, de nuestros interiores, incluso de nuestras mentes. Ya lo cubren todo y ahora nos horrorizamos porque unas pocas toneladas de todas las que se producen en este mundo aparecen en algunas playas cercanas amenazando nuestros descansos estivales.

Tenemos nuestros hogares llenos de objetos comunes que no dejan de ser sino bolitas de plástico que adquieren, con otras formas, muy distintas utilidades, tal y como ocurre con vasos, botellas, platos, bolsas, recipientes, tuppers, trapos y bayetas, juguetes, cepillos de dientes, peines, pinzas, muñecas hinchables y otros juguetes sexuales, lámparas, condones, envases, carcasas de teléfonos, ordenadores, frigoríficos, televisores... Hasta la cirugía «plástica» se ha convertido en un negocio de colosales dimensiones.

Estudios recientes indican que la producción mundial de plástico se duplicó de 2000 a 2019 y ascendió a 460 millones de toneladas. El plástico representa el 3,4% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. La generación global de residuos plásticos se duplicó con creces entre 2000 y 2019 y sumó 353 millones de toneladas. Y el plástico más producido del mundo es el polietileno de baja densidad, justo el mismo del que están hechas estas bolitas que llegan ahora a nuestras playas.

Somos la «sociedad del plástico» que está acabando con la vida en la Tierra. Nuestra aeronave se estrelló hace tiempo y no precisamente en los Andes. Aunque, eso sí, seguimos volando en aviones y pensando que a nosotros jamás nos ocurrirá el gran desastre. Y lo hacemos con la misma ilusión que aquellos jugadores del equipo de rugby del Old Christians Club de Montevideo, que en 1972 cogieron un vuelo chárter para ir a Santiago de Chile a pasar unas vacaciones.

No, lo nuestro no es ni será una película o una historia con supervivientes. Y no será una avalancha sino, como sucede en las grandes catástrofes, una sucesión de pequeñas señales en forma de avisos premonitorios continuada de grandes erupciones.

Pobres humanos abnegados y solidarios que pretenden eliminar bolitas casi invisibles de pélets de los océanos de nuestra estupidez con una cuchara y un colador. Algo así como tapar la luna con un dedo de nuestras manos.

Me alejo de las playas que ahora nos dicen que no hay que pisar para no enterrar las bolitas de plástico debajo de la arena y subo a unas montañas cercanas donde la nieve aún tapiza sus cimas.

Pinos y eucaliptus cubren gran parte del paisaje. Algunas pocas encinas se ven colonizadas por el muérdago, una planta semiparásita que resulta ser tóxica para los seres humanos pero que ahora, a principios de invierno, todavía mantiene sus pequeños frutos de color blanco. El suelo está lleno de ellos y me acuerdo de todas esas personas que luchan contra pélets y chapapotes por todo el mundo.

Lloran los montes y los mares. El aire grita de dolor contaminado. La tierra se nos muere y ningún gobierno del mundo, ni nadie de los grandes poderes, se hace responsable.

Vuelvo a casa y me acuerdo de aquellas bolitas de nieve con las que jugamos en nuestra niñez. Ya no hay nieve, solo plástico, por todas partes. Y no solo en las playas y en los mares. ¿Nos habremos convertido en pélets dúctiles y maleables?