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DELINCUENCIA JUVENIL EN EL BILBO DE FINALES DEL SIGLO XX
Entrevista
Álvaro heras-gröh
Autor del libro «A tope!»

«Me llama la atención la idealización de los 80, Bilbao ha mejorado enormemente»

Combinando testimonios personales y noticias periodísticas de la época, el libro «¡A tope!» ofrece un viaje por el lado más salvaje y subterráneo de las últimas décadas del siglo XX en el Bilbo metropolitano: peleas entre cuadrillas, atracos, robos con violencia, menudeo. Su autor, Álvar Heras-Gröh, nos cuenta más detalles sobre el trabajo.

(Charo TORRES)

 

¿Qué le ha llevado a escribir el libro «¡A tope!»?

Cuando trabajaba en mi libro sobre la historia del rock en el Gran Bilbao, ‘Lluvia, Hierro y Rock&Roll’, entrevisté a varios músicos veteranos que me hablaron de las trifulcas entre cuadrillas que se montaban en los txitxarrillos, aquellos bailes populares que tenían lugar en las plazas. También de peleas entre cuadrillas de diferentes barrios de Bilbao que durante los 70 quedaban para currarse con porras caseras y cinturones remachados con monedas. O de quinquis y personajes míticos como El Coyote, El Malashierbas o El Cicatrices. Fue entonces cuando me di cuenta de que quería profundizar en el tema porque sin duda había una buena historia que contar. Desde entonces han pasado casi dos décadas y he publicado tres libros, pero finalmente he conseguido hacer realidad aquella idea.

Afirma que no es un trabajo exhaustivo sobre lo ocurrido. ¿Qué es lo que el lector va a encontrar en este libro?

Un viaje en el tiempo repleto de batallitas e historias increíbles: peleas multitudinarias en descampados, discotecas, salones recreativos y autos de choque; gamberradas de todo tipo; tirones y ‘sirlas’; grupos de chavales escapando del pica en el tren; fugas de reformatorios; trifulcas entre tribus urbanas; persecuciones policiales de película; atracos a bancos y farmacias; coches ‘puenteados’ y motos trucadas; quinquis linchados y arrojados a la ría de Bilbao por grupos de vecinos hartos de delincuencia… ¡Y eso es solo una pequeña parte! También reflexiones sobre cómo el contexto socioeconómico influyó tanto en la evolución de la delincuencia juvenil como en los hábitos de ocio y las costumbres de una parte importante de la juventud del Gran Bilbao.

Aunque también señala que no es un trabajo de investigación, el libro lo completan recortes periodísticos, noticias, comentarios y testimonios personales. ¿Cómo fue el proceso de recopilar todas estas historias? ¿Cómo seleccionó las historias y testimonios que incluye en el libro?

En su parte escrita el libro está formado, como bien dices, por testimonios de personas que comparten sus recuerdos y reflexiones: chavales pertenecientes a cuadrillas de barrio que quedaban para pegarse los fines de semana, antiguos quinquis que empezaron robando bicicletas y acabaron asaltando bancos, sociólogos, historiadores, vecinos y comerciantes que sufrieron robos y atracos… También hay una selección interesantísima de noticias procedentes de la sección de sucesos de diarios locales como ‘El Hierro’, ‘La Gaceta del Norte’, ‘El Correo’ o ‘La Hoja del Lunes’. Por otro lado hay una parte eminentemente visual, que está compuesta por recortes de noticias extraídos de esos mismos medios, y por fotografías de paisaje urbano que muestran cómo era el Bilbao de aquellos años. Han sido varios años buceando en las hemerotecas, recopilando imágenes, transcribiendo entrevistas y buscando personas que quisiesen compartir sus recuerdos, lo cual no siempre fue fácil.

¿Le costó mucho encontrar a gente que contase sus historias? ¿Hubo alguna fuente en particular que te impactara?

No es lo mismo convencer para que te cuente su historia a alguien que quedaba con su cuadrilla los fines de semana para ‘palear’ alguna motillo o pegarse en una discoteca que a alguien que acabó enganchado a la heroína, asaltando bancos y trapicheando, con una trayectoria delictiva de largo recorrido, en la que a menudo hubo cárcel de por medio. Este último perfil es con el que más me ha costado contactar y establecer una relación de confianza. Es lógico, hablamos de personas que por regla general prefieren no recordar ni remover determinadas etapas de su vida y menos aún verlas publicadas en un libro. Los testimonios e historias que más me impactaron fueron los de dos chavales de Santurtzi, de los barrios de San Juan y El Burgo, cuyas trayectorias tienen poco que envidiar a las de personajes como El Torete, El Vaquilla o El Jaro.

Visto con los años puede parecer que fue una cuestión de pequeños robos o peleas entre cuadrillas, pero llegó a unos niveles mucho más altos de delincuencia, ¿no?

Me gustaría subrayar que el libro no solo habla de delincuentes juveniles; también de gamberros, macarrillas y alborotadores que no necesariamente acabaron delinquiendo. Dicho eso, el incremento descontrolado de la delincuencia juvenil se convirtió en un problema de primer orden en todas las grandes concentraciones urbanas del Estado desde finales de la década de 1970 y durante todos los años 80, especialmente desde la irrupción de la heroína en los barrios más desfavorecidos.

¿Por qué cree que se dio ese modo de delincuencia?

Es un tema complejo y multicausal. Yo señalaría, por un lado, un total abandono en materia de planificación urbana por parte de las administraciones públicas. Lo que ocurrió, básicamente, es que el diseño y desarrollo de los barrios fue dejado en manos de empresas constructoras y grupos inversores guiados por un afán puramente especulativo. Esto se tradujo en barrios de urbanismo caótico y agobiante, sobre todo en las zonas más humildes, sin espacios verdes y carentes de los servicios más básicos, por no hablar de instalaciones deportivas y de ocio dirigidas a la población más joven. Ahí están los ejemplos paradigmáticos de Otxarkoaga y Rekaldeberri durante las décadas de 1960, 70 y 80, aunque hay muchos otros.

Por otro lado está la irrupción de la heroína en los barrios, sobre todo durante los años 80. Como ya te he dicho, fue un factor determinante. La aparición del opiáceo coincidió en el tiempo con una subida del paro juvenil provocada por la crisis y el desmantelamiento industrial, empujando por el camino de la delincuencia a un número importante de jóvenes que se vieron atrapados en una espiral atroz de desigualdad social, desempleo y adicción. Todo ello en un contexto de relajación de costumbres y cierto desmadre generalizado tras cuarenta años de dictadura, y en plena expansión de la sociedad de consumo tal y como la conocemos hoy en día, con todos sus estímulos y necesidades creadas.

Tampoco conviene olvidar el factor policial. Durante los años de la Transición y buena parte de la década de 1980 la Policía Municipal se vio desbordada por el fenómeno de la delincuencia juvenil, ya que apenas contó con efectivos o recursos materiales suficientes para encararlo con eficacia. El despliegue de la Ertzaintza se produjo de manera muy lenta y escalonada a partir de 1982, y no se completó hasta mediados de los años 90. El resto de cuerpos policiales, muchas de cuyas estructuras aún procedían de la etapa franquista, estaban demasiado ocupados en autoprotegerse de los ataques de ETA. Además, su presencia en los barrios era rechazada por una parte importante de la población, lo cual acabó restándoles efectividad en la lucha contra la delincuencia común. También podríamos hablar de las graves carencias que presentaba el sistema judicial en su tratamiento de los delitos cometidos por menores de edad o por delincuentes toxicómanos, pero me temo que nos extenderíamos demasiado.

¿Cree que a veces se tiende a romantizar lo sucedido?

Sí. Es algo que se está notando especialmente desde hace unos años, pero que en realidad viene ocurriendo desde el periodo de mayor auge del llamado cine quinqui, durante la década de los 80. Algunas películas tendían a idealizar y dar un halo de romanticismo a comportamientos puramente delictivos, proyectando una imagen en la que el delincuente juvenil llegaba a parecer un rebelde antisistema que luchaba por la libertad de los oprimidos. Es una visión que ha acabado calando en el imaginario colectivo y sale periódicamente a la luz en determinadas manifestaciones de la cultura pop. Tal y como yo lo veo pudo haber algún caso, y de hecho los hubo, pero la realidad es que hablamos mayoritariamente de individuos que no dudaban en asaltar y agredir a niños y ancianos, o en robar en pequeños negocios familiares sin ningún tipo de miramiento.

También es verdad que prácticamente todos procedían de entornos económicos y familiares complicados, algo que no conviene olvidar. Pero no es menos cierto que la mayoría de quienes se criaron en esas mismas circunstancias siguieron caminos muy diferentes. Quizás el único factor verdaderamente atenuante que puede argumentarse a su favor es el hecho de que muchos cayeron en la heroinomanía, lo que acabó multiplicando los niveles de violencia que se utilizaban en las ‘sirlas’ y los robos en general, ya que se trataba, básicamente, de enfermos toxicómanos que solo buscaban calmar el mono. Aunque claro, eso no le servía de consuelo a la señora que tenía una tiendita de barrio en Portugalete y le entraban a robar día sí y día también, o al niño de Indautxu que tenía que llevar la paga escondida en el calcetín para que no se la robasen en el Parque de los Patos, o a la chica de Otxarkoaga a la que dejaban tirada después de robarle el bolso de un tirón.

Prácticamente todos los protagonistas son hombres, ¿hubo mujeres en este mundillo?

Las hubo, pero en una proporción residual, casi anecdótica respecto a los hombres. Le pregunté sobre ello al historiador bilbaíno Iñigo López Simón, que ha tratado el tema en ‘Los Olvidados’, su libro de 2022 sobre el fenómeno quinqui en España. En ‘¡A tope!’ aparecen varias reflexiones suyas muy interesantes al respecto.

¿Cómo cree que la sociedad del Bilbo metropolitano ha evolucionado a lo largo de estas décadas?

El Gran Bilbao actual tiene poco que ver con el que se describe en el libro. Casi siempre para bien. Por eso me llama la atención una cierta idealización de los años 80 que veo últimamente entre chavales. Es cierto que, salvo alguna excepción, ya no existe la frescura, la efervescencia creativa o el componente de autogestión que definió, por ejemplo, el rock y otras expresiones artísticas de aquel periodo. Pero en términos de urbanismo, desigualdades sociales, convivencia, medioambiente y violencia cotidiana o de raíz política, la situación ha mejorado enormemente. Y sí, también en todo lo relacionado con la delincuencia común, aunque desde determinados ámbitos se empeñen en convencernos de lo contrario. Es cierto que ahora existen otros retos y problemas, sería imposible negarlo, pero yo personalmente no cambio el Bilbao de 2024 por el de 1974 o 1984.