Raimundo FITERO
DE REOJO

Apología del tomate

Tenemos un asunto entre manos que nos excita desde lo político a lo gastronómico pasando por lo medicinal. Las cartas sobre la mesa. Juraría que en los últimos cincuenta años de mi vida no ha pasado un día sin que tome tomate en sus múltiples variantes de presentación. Mi infancia me trae imágenes y olores veraniegos de ver a mi madre doblar la esquina, dejar el balón y salir corriendo a buscar en la cesta donde estaban los tomates, tomar uno, limpiarlo someramente sin más en la camisa y comerlo a bocados. Ahora mismo me relamo. Una manera de existir desde entonces hasta ahora es considerar que el primer síntoma de civilización fue cuando alguien se le ocurrió tostar un trozo de pan, restregarle un tomate reventón, echarle un chorrito de aceite y ponerle encima un trozo de jamón o queso y empezar el día emparentado con los dioses.

Por lo tanto, el tomate no se toca. Discutamos de calidades, temporalidad, presentación, precio y distribución. Tenemos hoy, en enero, diez, doce variedades de tomates en cualquier frutería de barrio o de supermercado. Los buenos, los que huelen y saben a tomate, son caros. Ahora es tiempo de una variedad de tomate exquisita, que cuando es pata negra, tiene precio desorbitado. Después está que la industria experimenta y ha logrado proporcionar tomates cherry de todo gusto y condición y que se cosechan de manera constante. Las conserveras proporcionan enlatados y en frascos elaboraciones con tomate fundamentales. Que no nos falte nunca. De huerta o de invernadero. Saquen sus manos los políticos de los tomates.