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EDITORIALA

Una convocatoria electoral que abre el paso al cambio


Haciendo uso de la prerrogativa que la ley concede al lehendakari, Iñigo Urkullu anunció ayer la convocatoria de elecciones en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa para el próximo 21 de abril. Finalmente, hizo pública la fecha que la mayoría de analistas políticos había adelantado como la más probable. Una vez despejada la incógnita del día, comienza una campaña electoral que, en realidad, lleva ya tiempo en marcha, por lo que no tenía mucho sentido continuar en este compás de espera.

La legislatura terminó cuando el PNV decidió que Urkullu no sería su candidato. De hecho, el cambio se ha notado hasta en la actividad parlamentaria. Las últimas leyes que ha aprobado el Parlamento de Gasteiz han contado con un apoyo amplio y transversal, un consenso que durante la legislatura se ha resistido. En contra del legado que defendió ayer él, los doce años en el cargo de Urkullu se pueden resumir en la rebaja de toda ambición. Por ejemplo, su gestión del escenario abierto al deshacerse ETA es pobre. En general, ha sido un periodo difícil, es cierto, pero no ha acertado. Ha blindado el pacto con el PSE y sus Gobiernos han llevado el modelo clientelar de gestión de lo público al paroxismo. Hasta el punto de no ser capaces de detectar que estaba haciendo aguas por todas partes. Y si lo han descubierto, no han tomado medidas. El maestro de la política como inercia deja en una situación crítica servicios públicos clave, como Osakidetza, y en una peligrosa deriva violenta, sectaria y españolista a la Ertzaintza. Urkullu ha reivindicado la estabilidad, pero ha fomentado el continuismo, para terminar instalado en el inmovilismo. Ha sido fiel a sí mismo, a costa de dejar de escuchar a la sociedad e, incluso, a su propio partido. Es una lástima, pero es así.

Es hora de hacer cambios. Las principales fuerzas han elegido nuevos candidatos para estos comicios. Una renovación que refleja la percepción generalizada de que el país se encuentra en el final de un ciclo. Sería deseable que, además de las personas, cambien también las actitudes y el debate político gane en contenido y profundidad, que la conversación pública se enriquezca y sirva para mejorar el país.