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El punto de vista de clase y la cuestión nacional en Marx y Lenin


Un reciente artículo de Kevin B. Anderson sobre Marx y nacionalismo, la insistencia del recién nacido partido EHKS en reivindicar el derecho de autodeterminación solo para los trabajadores (con evento en torno a Lenin a la vista) y la ampliación del espectro de alianzas por parte de EH Bildu para «hacer país», me empujan a escribir estas líneas.

Según Anderson no es cierta «la idea, bastante extendida en determinadas corrientes marxistas-leninistas, según la cual su preocupación exclusiva se limitaba a las clases sociales y a las relaciones capital-trabajo. Y que, en consonancia, apenas prestó atención a los problemas nacionales.

En el curso de los años 1860, a lo largo de los años de la Guerra Civil americana (1861-1865), Marx tomó posición contra el esclavismo apoyando al gobierno de Lincoln contra la Confederación (sudista).

A partir de 1869-70, Marx planteaba que los trabajadores británicos estaban totalmente penetrados del orgullo nacionalista y de la arrogancia de gran potencia a propósito de Irlanda, que habían desarrollado una «falsa conciencia» que les vinculaba a la clase dominante de Gran Bretaña, atenuando los conflictos de clase de la sociedad británica. Este impasse no podía ser sobrepasado más que mediante el apoyo del movimiento obrero británico a la independencia nacional irlandesa.

Acaloradas discusiones acompañaron a nuestra generación durante el final del franquismo en torno a este tema. Ahora, una nueva generación de comunistas nos retrotrae a viejos debates de aquel entonces, adoptando un punto de vista hiperobrerista prácticamente sobre todos los temas: cuestión nacional, feminismo, ecologismo, etc.

En nuestro caso, durante el final del franquismo y al calor del nacimiento del nacionalismo revolucionario y la nueva izquierda radical post-68, nos dotamos de la metáfora «la liberación nacional y social son dos caras de la misma moneda». Esa metáfora se nos ha quedado exigua ante el surgimiento del feminismo, el ecologismo y lo decolonial, exigiendo formulas más trasversales y poliédricas para abarcar un proyecto emancipatorio. Aunque, en realidad, la exigencia venía de lejos.

La Revolución, tal como se entiende en el Manifiesto, significa no solo la emancipación de la clase proletaria, sino de toda la humanidad. Tomando como referencia la frase de Marx sobre la cuestión irlandesa, «un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre», esta cita puede extenderse a todos los temas donde se dan relaciones de opresión, sean de clase, raza o género. Todos los reduccionismos, también el obrerista, son un obstáculo para entender lo complejo del proyecto emancipatorio global. Pasemos a Lenin que fue quien más profundamente trato el tema nacional:

«Nuestro programa - afirma Lenin− no debe hablar de autodeterminación de los trabajadores, porque es inexacto. Cada nación debe obtener el derecho a la autodeterminación, y esto contribuye a la autodeterminación de los trabajadores».

Así de contundente se expresa Lenin en torno a la autodeterminación de los trabajadores. Y prosigue:

«Esta reivindicación de la democracia política significa la plena libertad de agitación en pro de la separación, y que esta sea decidida por medio de un referéndum de la nación que desea separarse. En caso contrario, el internacionalismo del proletariado quedará en un concepto hueco y verbal; resultarán imposibles la confianza y la solidaridad de clase entre los obreros de la nación oprimida y los de la nación opresora».

La primera frase de plena actualidad para el caso catalán. Y la segunda, en cambio, una afirmación desgraciadamente cierta para una parte de las izquierda política y sindical del Estado español. Como contraposición, Lenin recordaba a los partidos socialistas lo siguiente: «Es necesario distinguir entre el nacionalismo de la nación opresora y el nacionalismo de la nación oprimida. Por eso, el internacionalismo por parte de la nación opresora, o de la llamada nación «grande» no debe consistir solamente en respetar la igualdad formal entre las naciones, sino también en observar una desigualdad que, de parte de la nación opresora, compense la desigualdad que prácticamente se produce en la vida».

El punto de vista de clase no significa caer en el obrerismo, centrado solamente en las luchas económicas y sociales. Es necesario un punto de vista trasversal, un enfoque emancipador de carácter poliédrico.

Y la defensa del derecho de autodeterminación desde un punto de vista de clase abarca al conjunto de la nación vasca, incluidos los sectores burgueses que se sienten parte de ella. Caben alianzas interclasistas en torno a la defensa de la nación vasca y su derecho a la independencia, incluso respeto a elementos parciales de la misma. Se le puede llamar a eso construcción nacional o hacer país.

Sin embargo, tiene que quedar claro quién debe llevar la dirección del mismo (se llame movimiento obrero o izquierda emancipadora) en lo tocante al proceso emancipatorio. Así de contundente es Lenin al respecto: «La política del proletariado en el problema nacional (como en los demás problemas) solo apoya a la burguesía en una dirección determinada, pero nunca coincide con su política, prestando a la burguesía siempre un apoyo solo condicional».

Desde entonces las burguesías, incluso las más periféricas y dependientes, se han integrado en busca de su trozo de tarta a las dinámicas capitalistas más perjudiciales del neoliberalismo, que dificultan los acuerdos para alcanzar el pleno autogobierno, y, sobre todo, el uso del mismo. Como ejemplo, basta tener en cuenta las obsesiones del PNV con el TAV, las infraestructuras, etc. Esa es, también, la otra cara de la moneda en el terreno de las alianzas. Desde la izquierda, nunca deberán ser de forma subsidiaria y de socio menor. Y manteniendo la independencia estratégica en todo momento.