06 MAR. 2024 Desafección iraní Dabid LAZKANOITURBURU Tal y como presagiaban las encuestas, las legislativas iraníes registraron una abstención nunca vista desde la fundación de la República Islámica de 1979. El Ministerio de Interior se felicita de que votaron «25 millones de iraníes», de un censo de 61 millones, lo que supone una participación del 41%. Menos aún del 42,57% que votó en 2020, ¡en plena pandemia de covid! Dejando a un lado las posibles presiones en las zonas rurales y a empleados públicos para acudir a las urnas, la coincidencia del dato oficial con los sondeos arroja cierta fiabilidad a los resultados. Y que contrasta con el plebiscitario 95% de votos con el 95% de participación con el que reivindicaba sus «victorias electorales» el shah Reza Palevi. La República Islámica que lo destronó ha celebrado desde entonces sucesivas elecciones y, tras los convulsos ochenta, la década de los años 90-2000 permitió la llegada a la Presidencia del reformista Mohamed Jatami, lo que abrió una época de alternancia entre reformismo y principalismo jomeinista. Esa época terminó abruptamente en 2009, con el fraude electoral que revalidó la victoria de Mahmud Ahmedinejad, en su día popular alcalde de Teherán y apoyado por los principalistas, y desembocó en la malograda «revolución verde». Esta marcó el inicio de periódicas revueltas, la por ahora última en 2022, tras la muerte en comisaría de la joven kurda Mahsa Amini por «llevar mal puesto el velo». El desprestigio del régimen y la revolución iraní parece irreparable tras el éxito del boicot opositor a los comicios. Y resulta alimentado por un sistema que condiciona candidaturas desde el Consejo de Guardianes, cuyos «doce apóstoles» son nombrados por el guía supremo, el ayatollah Ali Jamenei, verdadero poder en el país junto con la Asamblea de Expertos. Sin olvidar a sus ejecutores en el interior, la milicia Basij y la Guardia Revolucionaria (Pasdaran), y su brazo exterior de la Fuerza al-Quds. Con una economía en crisis por las sanciones, la corrupción y el peso del gasto militar, y con crecientes sectores de la población hartos del anacronismo que supone la pervivencia de una teocracia chií, por ende centralista, en la Persia plurinacional actual, a los principalistas les queda solo el apoyo de los suyos, que lo tienen, y la represión, evidenciada en el récord de ejecuciones en 2023 (834). Ni siquiera parece que el recurso al enemigo extranjero, además en plena matanza israelí en Gaza, les sirva para ganar apoyos en el interior. Lo que quizás ayuda a explicar, siquiera en parte, el perfil bajo de Teherán en torno a semejante drama, más allá de proclamas y del uso de actores patrocinados por Irán como los huthíes yemeníes. Más allá de los irreductibles y de los que se benefician del sistema, el desprestigio y la desafección hacia el régimen de los ayatollahs parece irreparable