Álvaro REIZABAL
Abogado
JOPUNTUA

Agente provocador versus agente encubierto

La carga de la Ertzaintza en los actos de celebración del 3 de marzo en Gasteiz, en la que resultó apaleado un agente, ha llevado al responsable de Interior Erkoreka a crear el concepto del «bien infiltrado», algo así como el Buen Samaritano. Parece ser que el hecho de que el agente en cuestión recibiera las delicias del trato amigo en forma de porrazos de sus colegas fue consecuencia de la excelente forma en que llevaba a cabo su trabajo de infiltración, con tal perfección que la fuerza actuante creyó que su conducta estaba alterando el orden público y debía ser reprimida. Es decir, que se comportaba como un presunto delincuente, de ahí lo de «bien infiltrado» o, dicho de otra manera, como un agente provocador, porque llevaba a cabo conductas de incitación a terceros para la comisión de un delito, y, eso es lo que hace que no se trate de un «bien infiltrado», sino de un agente provocador, que es diferente e ilegal.

El agente encubierto es legal siempre que su finalidad sea la de obtener pruebas directas y facilitar la detención de quien está cometiendo un delito, y, su actuación debe ser llevada a cabo bajo control judicial que debe dictar resolución motivada amparando la actuación. El provocador, sin embargo, es contrario a derecho, porque lo que busca es incitar a terceros a la comisión de un delito, que de otra forma no hubieran cometido, induciéndoles a la comisión con conductas engañosas, como, por ejemplo, arrojar objetos a los agentes uniformados o alterar de cualquier otra forma el orden público. Y todo apunta a que en el caso que nos ocupa nos encontramos en el caso del provocador, entre otras cosas, porque Erkoreka no ha hablado en ningún momento de autorización judicial para la infiltración.

El siguiente paso es acusar a otros de ser los que tienen interés en provocar disturbios, diciendo que tienen que mirar en su trastienda, pero antes de acusar a nadie sin pruebas, sería mejor que se dedique a revisar su propia rebotica y elimine los provocadores a los que, laudatoriamente, llama «bien infiltrados».