Biogás: ni circular, ni renovable
Las megaplantas de producción de biogás o de «biometano» a partir de purines, estiércoles, residuos de mataderos... se están vendiendo como una «solución ambiental» al «problema del exceso de purines» produciendo «energía renovable» dentro de una «economía circular». No sé, tal aglomeración de palabras-clave de estas que están de moda ya da un poco de escalofrío, pero intentaré aclarar un par de cosas.
La historia de este «biometano» no comienza, por supuesto, con los purines y estiércoles de las granjas que alimentan las megaplantas. Tampoco en los campos de alfalfa y maíz que alimentan a los cerdos y terneras. Sino que una buena parte comienza en los campos de soja y maíz de Brasil o Argentina, ya que importamos un 30% de los materiales utilizados para hacer los piensos. Pero la historia tampoco comienza aquí, porque todo este maíz, soja, y alfalfa se alimenta de lo que estos cultivos sacan de los suelos, y también de los abonos que se importan y que se producen en minas del Sáhara Occidental, Canadá, Rusia... minas que son tan poco renovables como los yacimientos de gas o de petróleo. Y un proceso que comienza en Brasil o Rusia y acaba en las calderas de gas de Europa no tiene nada de economía circular, pero lo tiene todo de economía lineal.
Además, como productos secundarios, estas megaplantas producen abonos, tanto minerales, sulfato amónico o nitrato amónico, como orgánicos, que conservan prácticamente todo el nitrógeno que había en los purines y estiércoles iniciales, excepto el que se les ha escapado a la atmósfera. Así, el problema de los nitratos sigue siendo el mismo que teníamos al principio. Y todos estos abonos no volverán a Brasil o Argentina, ni seguramente tampoco a los campos de cultivo de donde salieron el maíz o la alfalfa, con lo que la circularidad del proceso todavía es más falsa.
En el proceso de producción del «biometano» lo que sí se extrae es una buena parte de la materia orgánica que tenían aquellos estiércoles y purines. Para producir 230GWh de metano y 40.000 toneladas de CO2 al año se gastan, y finalmente se queman, unas 40.000 toneladas de materia orgánica en lugar de aplicarlas a los campos de cultivo, que buena falta les hace. Y esta es la energía que hace funcionar a los suelos, y desviarla hacia la producción de gas no deja de ser otro aspecto del colonialismo energético que este tipo de megaplantas impone sobre el medio rural.
Y si lo que tenemos es un «problema de exceso de purines», lo que hay que hacer, como con todos los excesos, es evitarlo, y no hacer del vicio virtud, fomentándolo con el premio de poder vender el desbarajuste de la producción ganadera masiva en forma de energía falsamente «verde».