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DE REOJO

El trapisondista perfecto


Si llegamos a la conclusión refrescante de que ya no existe información, sino entretenimiento, es lógico que no haya políticos sino trapisondistas. La libertad de expresión es un eslogan trasnochado de progres con barba raída, un subgénero adocenado de la verborrea tabernaria. La libertad está mal usada, maltratada, malherida, su pronunciación se convierte en una suerte de escupitajo de mamífero de la sabana. Ya no significa casi nada, o, todo lo contrario. Hubo un presidente del parlamento español que selló la elocuente frase: «estoy hasta los cojones de todos nosotros».

Tal como hemos dejado que se instauren modas, modos, acomodos y personajes de la tauromaquia social y política, no es de extrañar que sucedan estas sesiones auténticamente descacharrantes. Existe una olimpiada para darle la medalla de oro al trapisondista más eficaz, el que arme más bulla, insulte, soliviante, contribuya con su insolvencia intelectual, su arrogancia y su gesticulación más grosera a la crispación más electrizante. Son muchos en la contienda. Va a ser una competición que durará mientras dure este periodo electoral infinito.

Los moralistas, melifluos y mediadores de la medianía se asustan y advierten de la desconexión de las masas de posibles votantes de la clase política. Y sin entrar en matices, me parece que es una magnífica idea conjunta del bipartidismo para animar el cotarro, para ampliar el número de sus seguidores a modo de hooligans o barras bravas. Puede ser estomagante, pero me temo que es eficaz. Y nos distraen, que es de lo que se trata.