EDITORIALA

El movimiento abertzale, entre la pugna y la cooperación, por la libertad y la igualdad

El contexto electoral no es el más propicio para celebrar el Aberri Eguna. Dentro de las familias abertzales existe una tensión entre la obligación de pugnar y el espíritu cooperativo. La elegancia es un valor relevante en estos tiempos, aunque no siempre se imponga. Compartir la idea de elevar el nivel general del debate público ya sería una valiosa aportación al país.

Propuestas como la realizada ayer por Euskal Herria Batera en favor de un Aberri Eguna unitario pueden ayudar a no ahondar en enfrentamientos forzados que luego pasan factura a la sociedad. Aun así, no hay que tenerle miedo a la confrontación de ideas y proyectos, si se da con rigor y honestidad.

Precisamente, al bando unionista estos días le resulta casi imposible no caer en la parodia cosmopolita, signo de pobreza intelectual y ventajismo político. Que dirigentes españoles o franceses se intenten presentar ante la sociedad vasca como no-nacionalistas es ridículo. Además, ellos también compiten, y en Euskal Herria las posturas antisoberanistas son perdedoras, en todos sus ámbitos y territorios. Sin una propuesta autónoma, su principal función se reduce a ejercer de centinelas metropolitanos.

Además de un día de celebración y lucha, Aberri Eguna es también una jornada de reflexión sobre ciudadanía, derechos, privilegios y libertades.

MITOS, FUNDAMENTOS, MODELOS Y AGENDAS

No solo en el plano político partidista, también en el cultural, el movimiento abertzale contiene diferentes símbolos, prioridades, modelos y estrategias que deben aprender a convivir y enriquecerse mutuamente. A menudo se plantean esas visiones sobre la nación vasca en clave de competición dogmática, como si abrazar unas tesis históricas o intelectuales implicase abandonar otras, en busca de una opción ganadora.

Sin embargo, el nacionalismo vasco no es un ideario reduccionista de suma cero. Es reflejo de su sociedad y sus luchas y, por lo tanto, es muy plural. Se pueden compaginar la primacía de la cultura y el euskara con perspectivas históricas antiimperialistas, con teorías decoloniales y feministas, y con programas políticos democráticos de diferentes velocidades. O no, o en parte, pero en ningún caso este proceso político se va a liberar en términos solo intelectuales.

Sin dramatismos exagerados ni demoras irresponsables, claro que hay que acertar en estrategias, fórmulas y plazos. Pero esta es una lucha política, de poder, y no se va a solucionar por acertar en las tesis, sino por la capacidad de llevarlas a cabo a través de mayorías sociales y cambios políticos profundos.

El sectarismo es un lujo que la lucha vasca por la emancipación nacional y social no se puede permitir.

TODOS LOS DERECHOS PARA TODAS LAS PERSONAS

En clave política, el poder del movimiento abertzale reside en ser catalizador de principios compartidos por la mayoría de la ciudadanía. A excepción de la derecha española, hay un consenso débil pero recurrente de que los conflictos políticos se resuelven dialogando, pactando y votando. El negacionismo del conflicto vasco se basa en el ventajismo y en el veto constitucional ejercido por las minorías. En democracia todos los proyectos políticos democráticos y pacíficos deben ser viables, desde la autonomía hasta la independencia, pasando por la confederación. Evidentemente, el voto de todas las personas debe valer lo mismo, por lo que hay que asumir las mayorías y respetar a las minorías. Solo desde el respeto a los derechos y las libertades se puede construir una convivencia estable. No puede haber privilegios, lo que conlleva una firme convicción republicana.

Articular esos principios es el reto histórico del independentismo que, como siempre, deberá adaptarse a los retos, lenguajes y velocidades contemporáneas.