Neotopías
Me detengo en un anuncio de propaganda de productos de segunda mano. Su eslogan: «lo que necesitamos nuevo es la forma de ver las cosas». La voz y la imagen la ponen el actor y modelo Jon Kortajarena, lo cual también me llama la atención, dejando bien claro que cualquier connotación o parecido con otras personas del mismo apellido es pura coincidencia.
El eslogan en sí es sugerente, atractivo y de contenido. Perfectamente podría ser el eslogan de una campaña electoral, que es en lo que estamos, reconociendo además que la tendencia es recurrir a frases muy cortas que representen una idea fuerza y late motive de una campaña política. Labor, por otra parte, harto difícil y donde la imaginación en muchos casos brilla por su ausencia. En estos casos, siempre nos quedará el recurso de la Inteligencia Artificial y, si no, al tiempo.
Creo que esta es una de las claves, no ya del desarrollo y desenlace de esta campaña, sino también de lo que suceda a partir del 21A y de los próximos años: la necesidad de una nueva forma de ver las cosas. Y, añadiría, una nueva forma de hacerlas y− como dice Pello Otxandiano− propósito para hacerlas. Estamos necesitadas de nuevas ideas, nuevas utopías con las que sobreponernos a este pesimismo inducido, cuando no resignación y también a una narrativa distópica creciente, catastrófica en exceso, con la que podemos caer en la tentación de creer que más vale lo malo conocido que lo peor por conocer.
Tampoco creo que la panacea sea el recurso a las retrotopías pretendidamente revolucionarias. Las nuevas izquierdas por construir y que, en el caso de Euskal Herria, así lo estamos haciendo, tenemos que ser honestas, poniendo en su justo valor los aciertos y errores de las grandes victorias y dolorosas derrotas, de las importantísimas revoluciones que nos han precedido y que han cambiado el signo de la historia. No se trata de imitar, se trata de aprender.
Pero, sobre todo, estamos necesitadas de una nueva cultura política. Cada vez es más evidente el deterioro de nuestras democracias liberales-parlamentarias, de sus limitaciones, en particular del descrédito de la política y de la mal denominada «clase» política, que es igual pero no es lo mismo. Una desafección creciente que o bien se instala en el abstencionismo o bien en movimientos disruptivos producto −entre otras razones− de nuevos sistemas de comunicación horizontales, al margen de los oligopolios mediáticos sean públicos o privados. Movimientos que, paradójicamente, se convierten en nuevos sujetos políticos susceptibles de dominación y control de nuevas castas políticas.
Entonces, ¿por qué y para qué la política? Partamos de la idea de que la política no es una ciencia exacta; también es filosofía, pensamiento en acción; también es economía que tampoco es una ciencia exacta; es arte, es decir, perpetua (ars longa, vita brevis); es emocional y pasional como los somos todas nosotras... Es, en definitiva, frágil y vulnerable y, por encima de todo, un ejercicio de solidaridad. Lo que nos obliga a salir de nuestros espacios de confort, de nuestras zonas de interés y enfrentarnos a la realidad.
A partir de ahí, busquemos nuevas formas de ejercer la política, nuevos instrumentos jurídico-institucionales para hacerla más asequible, cercana y transparente, más allá del ejercicio del derecho a voto, que también ayuda, pero que es a todas luces insuficiente. El futuro está en nuestras manos.