EDITORIALA

Sin «catalanitis» ni «vasquitis», procesos de aprendizaje político y respeto internacionalista

El respeto por las luchas de otras naciones no solo es parte sustancial del internacionalismo, es un principio de prudencia recomendable para el análisis político. Las diferentes naciones tienen culturas políticas diferentes, consecuencia de luchas históricas que dan forma a los equilibrios y desequilibrios de poder de las diferentes sociedades en cada época.

Es esa pluralidad de genealogías de lucha, tanto o más que características culturales o materiales particulares, lo que explica en parte la existencia de diferentes naciones con ciudadanías que expresan de forma dinámica una voluntad democrática de sobrevivir y desarrollarse.

Hay, siempre ha habido, pueblos cuya cultura política se ha forjado en la negación y subordinación de sus vecinos. En consecuencia, las naciones sin Estado han sido obligadas a construir tradiciones de resistencia y solidaridad, y se reconocen entre ellas.

Mucho más si, como en el caso de las naciones vasca y catalana, sufren a los mismos estados que tratan a su ciudadanía como a menores y reprimen todo movimiento por la emancipación. Sus luchas por la igualdad y la libertad generan lazos sociopolíticos.

Sin embargo, aunque compartan luchas y adversarios, siguen siendo naciones distintas, con visiones e intereses distintos. Además de expresiones de admiración y solidaridad, a veces la «vasquitis» y la «catalanitis» solo son enmiendas a las dinámicas del país.

Aun así, existen conexiones relevantes que conviene recordar. Por ejemplo, el «procés» catalán es la demostración de que los mantras de «sin violencia todo es posible» y «el problema son los medios, no los objetivos» que se aplicaban al conflicto vasco eran falacias ventajistas. Los niveles de violencia y represión, no obstante, responden a escalas distintas. No banalizar es otra forma de respeto internacionalista.

DOS NACIONES GENUINAMENTE DISTINTAS

No está claro cómo van a ayudar los comicios de hoy al nuevo ciclo político cuyos ejes se vislumbran y que la ciudadanía catalana necesita. Mirar críticamente al espejo de las fuerzas vascas ofrece algunas pistas.

Junts no es CiU, pero tampoco es el PNV. De la mano de Jordi Turull se ha retomado una relación que siempre fue recelosa. Seguramente por eso, Junts irá por su lado a las elecciones europeas y el PNV en la coalición CEUS, junto a Coalición Canaria, Proposta per les Illes de Baleares, Geroa Socialverdes y la Agrupación Atarrabia. Algunos convergentes envidian la resiliencia jeltzale, pero les pillan en un momento crítico en el que apenas pueden simular entereza.

Las alternativas, ERC y EH Bildu, viven momentos divergentes pero no inconexos. Y la CUP recuerda siempre debates y valores necesarios, tanto en positivo como en negativo. La situación de republicanos y soberanistas demuestra que «tener la razón» sobre el momento histórico no da gobiernos, pero habilita una hegemonía y un capital imprescindibles para la transformación social y la emancipación. Aquí hay lecciones para el nuevo ciclo que representa Pello Otxandiano. Imanol Pradales también estará atento.

Por supuesto que el PSC no es el PSE, pero tampoco el PSN, porque aun ganando puede ser incapaz de gobernar. En ese sentido, las derechas vascas y catalana sí que no son equiparables a las españolas; no son funcionales para esquemas frentistas. Está por ver qué pasa con la ultraderecha de Aliança Catalana, que por ahora no tiene paralelismo en la política vasca.

Comuns Sumar tampoco equivale a la izquierda confederal vasca, entre otras cosas por la influencia del PCE y por la escala que implica Barcelona.

Sin reducir ni distorsionar, merece la pena analizar y aprender mutuamente, para poder así avanzar de forma solidaria en los procesos de liberación nacional y social de cada pueblo.