Hay que estar a la altura del momento histórico y tener voluntad cooperativa para el nuevo ciclo
El ciclo electoral en Euskal Herria se ha alargado hasta primeros de julio debido a la convocatoria realizada por Emmanuel Macron nada más cerrar los colegios electorales la noche del pasado domingo. La victoria aplastante de Rassemblement National (RN) provocó la convocatoria de elecciones y ha desencadenado acontecimientos de calado político.
El más significativo es la fundación del nuevo Frente Popular con el objetivo de aglutinar los votos de la izquierda para hacer frente a la ultraderecha. En menos de una semana han logrado un acuerdo programático y de cargos. Utilizan la referencia histórica del frente que se organizó para combatir el fascismo en 1935, lo que refleja lo excepcional del momento.
En Ipar Euskal Herria se ha logrado un acuerdo para presentar candidaturas en los tres distritos, encabezadas por la exdiputada socialista Colette Capdevielle, por el socialista Iñaki Echaniz y por el representante de EH Bai Peio Dufau. Si, además de como reacción a la ultraderecha, los acuerdos estatales no se pueden entender sin analizar las sucesivas crisis de la izquierda, para comprender la alianza vasca hay que mirar a la dinámica sociopolítica de la última década. No obstante, esa inercia virtuosa no ha impedido que la formación de Marine Le Pen venciera también en los territorios vascos.
Seguro que ese golpe moral ha facilitado el pacto, pero lo que puede lograr que esta unión sea más fructífera no es la reacción ante los autoritarios, sino esa cultura política constructiva y pluralista, tejida en base a principios claros, negociadora, que reconoce interlocutores y establece prioridades.
Sin ánimo de idealizar, ni de ocultar las dificultades y los intereses legítimos de cada fuerza, durante los últimos diez años en Ipar Euskal Herria se ha generado una dinámica muy inspiradora.
MAL RELEVO, SI NO SE DA MARGEN Y ALIVIA LA CARGA
En ese periodo, en Nafarroa también ha habido acuerdos plurales y un espíritu cooperativo entre fuerzas democráticas que ha dado frutos para la ciudadanía. La excepción a esta dinámica positiva la marca la CAV, porque así lo han decidido quienes han liderado esa parte del país. El PSE ha sido el beneficiario de esta doctrina inmovilista del PNV.
Buscaban castigar a EH Bildu y la han propulsado. Vistos los pésimos resultados de este ciclo, la decisión de apartar a Iñigo Urkullu se podía entender como una enmienda suave del PNV. A la espera de ver lo que da el pleno de investidura de esta semana, Imanol Pradales no ha dado señales de querer cambiar ese guión ni el partido le ha dejado margen.
La posición de Pradales ahora no es sencilla. En contra de lo que se podría pensar, internamente el PNV nunca ha sido un partido pacífico. Durante bastantes periodos ha vivido revanchas, cismas, intrigas, traiciones y componendas que siempre dejan resaca. Las heridas y los agravios se reavivan cada poco tiempo. Sería injusto cargar al nuevo con ese acumulado. Y el enemigo externo ya no sirve para justificar todo.
Lo cierto es que el impulso reaccionario tiene su peso. Acerca de cuál es la principal razón por la que se ha votado a un partido, la encuesta postelectoral del CIS sobre las elecciones al Parlamento de Gasteiz preguntaba por los que votaron para evitar que ganasen otros. Solo dos partidos rebasan los dos dígitos: el PP, con un 15,1% de encuestados, y el PNV, con un 13,4% que casi dobla al siguiente, el PSE con 7,6%.
Ya se ha visto que querer que otro no gane puede ser un argumento legítimo, pero en este momento histórico situarse en Europa entre «los populismos de derechas y de izquierdas» no parece inteligente ni ético. Además, hacen falta argumentos positivos y voluntad cooperativa para gobernar en favor de las mayorías. No hay relevo si el plan es hacer lo mismo.