Alfredo OZAETA
GAURKOA

Jóvenes y cambio social

Dentro de las diversas etapas que conforman nuestro tránsito por la vida, la adolescencia y juventud son sin duda de las más proactivas e interesantes en nuestro desarrollo personal y social. Su huella posiblemente marcará o al menos de alguna manera influirá en nuestro futuro.

Por supuesto que todos los tramos del corto recorrido de nuestra existencia tienen elementos interesantes y diferentes en función de la evolución o decisiones que en cada caso hayamos tomado. Además, de las circunstancias o entornos de donde se haya tenido la suerte o desgracia de nacer y pacer.

Cada periodo de la vida, sin ser mejor ni peor, tiene sus peculiaridades debido al propio proceso existencial, formativo o evolutivo, y son los que en cada momento hay que gestionar. Pero en todos los casos son incomparables a los que la juventud ofrece como sinónimo de utopía en derroche de energía, inconformismo e ilusión por querer cambiar las cosas, mejorar la vida de los demás, acabar con las injusticias, construir un mundo mejor y, en nuestro caso, conseguir un estado propio que garantice nuestro idioma, cultura e identidad. Ni superior ni inferior, pero libre, ni asimilado ni colonizado.

Si esta vitalidad y energía se complementa con experiencias anteriores transmitidas o heredadas, escuchando los consejos de personas comprometidas con idénticos objetivos, que lo han dado todo e hipotecado incluso muchos de ellos su futuro para que las nuevas generaciones se encuentren con una sociedad mejor y más justa, sin olvidarnos de que ellos también han sido jóvenes, las posibilidades de obtener los cambios deseados serán mayores.

Por el contrario, si entendemos que todo lo hecho hasta ahora está mal, que los objetivos se han cambiado o que las estrategias no son las adecuadas, sin ningún otro tipo de propuesta o programa que la simple crítica vacía de contenido y sin reconocimiento alguno de lo conseguido hasta llegar al punto en que nos encontramos, además de una miopía absoluta, es querer renegar del pasado y de la propia historia.

Mejorar lo realizado hasta el momento siempre debe ser un objetivo y para ello se requiere, además de trabajo, conocimientos y determinación, un análisis certero del contexto actual. La conjugación de estas cualidades nos indicará la conveniencia, posibilismo y estrategia para afrontar los retos del futuro en base a la evolución, cambios y necesidades en las sociedades actuales en términos de igualdad, justicia, cuidados y mejora de vida de todas y sus entornos próximos o globales.

Por supuesto, contando siempre con la frescura de ideas y transparencia que otorga la osadía juvenil, y lejos en todos los casos de manipulaciones o encantamientos a través de medios o recursos de interesada cobertura, que poco o nada tengan que ver con los objetivos pretendidos y sí mucho con deshacer todo lo conseguido para regresar de nuevo a las casillas de salida.

Nadie está en posesión de la verdad absoluta ni tiene todos los conocimientos, de ahí la importancia de confrontar ideas, programas y estrategias, que no imponer, para corregir errores y detectar necesidades o prioridades en el acuerdo de puntos comunes.

De lo contrario corremos el riesgo de atomizar y dispersar fuerzas, repetir los mismos errores y desilusionar a la par que desmovilizar y desactivar a generaciones comprometidas en la construcción de una sociedad más justa como cortafuegos contra las políticas reaccionarias que, desde distintos sectores, tratan de volver a imponer. Ejemplos de desafección o de efecto contrario desgraciadamente existen demasiados en la izquierda progresista, tanto pasados como muy recientes.

Contra de la negativa visión que un sabio como Sócrates tenía sobre los jóvenes, y que para algunos parece haber tomado actualidad, muchos seguimos considerando que continúan siendo el motor de cambio progresista y no al contrario. Su sonrisa, energía e ilusión son capaces de realizar y hacer realidad las utopías, sin que se les olvide que para que el motor funcione son necesarias fuentes de energía o combustibles, aunque estos sean convencionales o «fósiles».

La rueda, la hoz, el martillo y la hegemonía del proletariado en la lucha de clases contra la burguesía hace ya tiempo que junto con otras útiles herramientas como palancas de progreso y cambio fueron inventadas. El reto sigue siendo la perfección y adaptación de estos modelos para su confrontación con la velocidad que desde la conectividad 5G, redes, Inteligencia Artificial y algoritmos están catalizando la «fachosfera» en las actuales sociedades.

Cuando, a pesar de las importantes coincidencias ideológicas, de convergencia en objetivos y de análisis compartidos en necesidades y problemas actuales sigue sin existir voluntad de acuerdos, más allá de desencuentros programáticos o estratégicos, da que pensar si los intereses son otros a los relativos con derechos.

Además de escuchar y tratar de conciliar, siempre habrá que mantener la puerta abierta y la mano tendida para deseados próximos reencuentros. Los grandes pensadores y filósofos nos han enseñado de que el error no solo es positivo para el aprendizaje, sino que es consustancial a la vida humana.

En un país tan pequeño como nuestra Euskal Herria no podemos permitirnos el dispersar las limitadas fuerzas que tenemos y desaprovechar las oportunidades que el trabajo y sufrimiento de generaciones anteriores nos ofrecen.