Palabras para una noche de verano
Continuamos esperando a un verano que no llega. Los días se acaban, se van y el sol de San Juan se resiste, atenazado por el cambio climático y la creencia de que las témporas se «han quedado de agua». De agua no sé, pero lo que se ha quedado en la monotonía de los días siempre nublados es el nuevo Gobierno Vasco. A la foto del Ejecutivo de Pradales, en Ajuria Enea, le ha faltado el brillo del cambio, incluso de la sorpresa. Algunos destellos inciertos y obligados en la gestión de Osakidetza y para de contar. A partir de ahora, el jazz y las fiestas populares recorrerán Euskal Herria y abrirán un impasse en el desasosiego de las expectativas políticas que, en otoño, determinarán nuestro vivir, un vivir que cada día se me antoja más extraño. Y en medio de este bullicio, político y festivo, en mi ventana, sigue ondeando la bandera palestina mientras el poder mediático, poco a poco, va silenciando el genocidio de Gaza y acostumbrando a la opinión pública a la idea de que, por mucho que se le critique, la ultraderecha, sus dirigentes y sus políticas fascistas tienen cabida en esta fase de la democracia. No creo en el vaticinio de las «témporas» y menos en el determinismo social, pero la primavera ha sido tan gris que temo perder los sueños, aunque solo sean los de una noche de verano.