¿Un acto de voluntad presidencial o desespero político?
La reciente decisión de Macron de disolver la Asamblea Nacional y convocar nuevas elecciones en Francia planteaba interrogantes sobre su estrategia política para su carrera y para el futuro del país. Preguntarse acerca de las razones que llevaron a Macron a disolver la Asamblea Nacional es preguntarse sobre la «voluntad» que guía al palacio presidencial. Sin embargo, con los resultados recientes que indican su derrota electoral y la victoria del Frente Popular, el panorama político ha cambiado drásticamente.
Macron ha demostrado ser un líder pragmático; pero asumir el riesgo de dilapidar su carrera política sería demasiado osado como para que esta decisión la haya tomado él mismo. Si las elecciones resultantes no producen una mayoría favorable para su gobierno, puede enfrentarse a mayores dificultades; y, si finalmente, resulta contraproducente, podría interpretarse como un «suicidio político».
Durante su mandato, Macron ha implementado un nuevo sistema de pensiones utilizando el artículo 49.3 de la Constitución, ha eludido la confrontación parlamentaria mediante órdenes ejecutivas, ha destacado en la política internacional por su agenda proeuropea y antirrusa, su estilo se ha caracterizado por el énfasis en el control directo en la toma de decisiones. Tal y como denunciaban los «chalecos amarillos», Macron ha expandido el poder presidencial.
Las elecciones europeas marcaron un punto de inflexión para Macron, afectando a su capacidad táctica y perdiendo todo valor para la implementación de una agenda de reforma del Estado. Ante esta pérdida de legitimidad y una oposición envalentonada, el Elíseo necesita de un sucesor capaz de representar a Francia internacionalmente y garantizar una política exterior alineada con la OTAN para seguir favoreciendo el fortalecimiento de la UE ante Rusia con total legitimidad.
Si interpretamos la decisión de Macron como la manifestación de la «voluntad» del poder presidencial y no como una decisión que haya tomado él mismo, definitivamente, para la agenda que hemos descrito, Macron ha dejado de ser útil. Y el Elíseo, actuando con voluntad propia, trata de recuperar el control del Estado por medio de nuevas elecciones.
El sillón presidencial busca a su nuevo pretendiente y muy probablemente lo encuentre en la estrella emergente del partido socialista: el señor Raphaël Glucksmann, hijo del establishment, de momento ha conseguido lo que parecía imposible: unir a toda la izquierda.
Francia, al igual que todo occidente, está estancada. Inmersos en una terrible crisis, este periodo de transición, se alargará varios decenios, si no más; no nos olvidemos que se tardaron casi cien años en derrocar las monarquías absolutistas. En aquel periodo revolucionario, al igual que ahora, quienes ostentan el poder olvidan que este es una cesión que el pueblo hace a sus dirigentes. ¿A quién pertenece la soberanía? Al pueblo; pero cuando este la delega en sus gobernantes, difícilmente podrá recuperarla; así lo explicó Hobbes.
Confundir la voluntad del poder ejecutivo con la voluntad popular es un error que puede llevar a la recentralización y al totalitarismo. Obviar esta diferencia es negar que la ética se intersecciona con la política.
Existe un conflicto entre la ética y la política, como señalaron Maquiavelo o Weber: Lo que la ética manda, la política lo prohíbe o al revés. Un dogma ético es no matarás; pero, la política consiste en el uso legítimo de la violencia a través de la guerra, la pena de muerte o el encarcelamiento.
La disolución de la Asamblea refleja este dilema. En esta encrucijada, cuando el Ejecutivo actúa con voluntad propia, se abre la puerta a la recentralización del poder, socavando la democracia. Esta pérdida de confianza no es un desafío exclusivo de Francia: es una crisis global.
Es imperativo que los líderes políticos integren los principios éticos en sus decisiones y actúen con responsabilidad moral. Solo así se puede asegurar que el poder esté al servicio del pueblo.
Francia se prepara para una nueva era bajo el liderazgo de la izquierda. Queda por ver si el nuevo presidente será capaz de reconstruir la confianza perdida y promover una gobernanza capaz de entrelazar virtudes contrapuestas como explico Aristóteles en su obra “La Política”.