Agur a Mateo Balbuena, último combatiente del Ejército vasco
El último. No hay constancia de que quede ningún otro combatiente vivo de Euzkadiko Gudarostea, Ejército vasco surgido de forma espontánea tras el golpe de Estado llevado a cabo por militares españoles el 18 de julio de 1936, hace hoy 88 años. El último ha sido Mateo Balbuena Iglesias, fallecido el martes a «a las 21.30 horas», según precisó su familia.
En septiembre iba a cumplir impensables 111 años. Comunista incombustible hasta el último aliento, este alavés nacido en León fue teniente del batallón Leandro Carro (Partido Comunista), la misma unidad en la que compartió lucha junto al abuelo del lehendakari Juan Jose Ibarretxe. También fue teniente de Carabineros en el Ejército Republicano.
Impartió charlas de Economía hasta los 105 años y departía con un grupo de personas que le visitaba en su caserío del barrio Santa María de Lezama, en el municipio de Amurrio, para mantener ese pensamiento vivo y colectivo.
Balbuena, intelectual donde los haya, fue finalista del Premio Planeta en 1964 con uno de sus más de quince libros publicados. El último, “Impotencia política de las fuerzas asalariadas”, es de 2017.
La última vez que departí con él y su afable hija Alicia, el antifascista tenía ya 110 años, pero seguía de pie quitando hierbas a las fresas de su huerta. Décadas atrás, también residió en Barakaldo y Basauri.
Lo conocí en persona años antes, un día entre semana en Gasteiz, donde vivió junto a su esposa. La mujer -culta de mente y atenta de corazón- sopló cien velas entonces, en días de confinamiento. Sumaron más de 76 años casados y como personas autónomas.
EL CAPITALISMO NO PRODUCE IGUALDAD
Mientras el ascensor subía a su piso, daba tiempo a reflexionar por qué los medios de comunicación solo hemos valorizado la vida de Balbuena. ¿Por qué no la de Consuelo Lopetegui, con un bagaje de dignidad frente al franquismo y que exiliada vio el “Guernica” de Picasso recién estrenado en la Exposición Internacional de París en 1937? Queda tanto por avanzar.
El timbre. Salieron los dos a la puerta. Ella se presentó como maestra, agnóstica y librepensadora. De Lasesarre. Él, nacido en Villamartín de Don Sancho, mantuvo su dogma comunista heterodoxo intacto. De hecho, decidió dejar de votar. «No voto por dignidad humana», levantaba la voz quien era tremendamente suave en su locución.
Los mass media y los libros enfatizamos la labor realizada por Balbuena en años anteriores a la guerra de 1936, durante el conflicto y el franquismo. En el servicio militar, él ya trató de ser, «al menos, cabo» -aportaba- y tras el golpe militar fue quien se encargó de constituir tres batallones del Ejército de Euskadi bien diferentes: el Leandro Carro del PC -en el que fue teniente-, el Bakunin de la CNT y el Araba, del PNV.
Sin embargo, Balbuena -hombre templado, pero con genio- detestaba hablar más del pasado, de su pasado: «Ya está en los libros». A él le preocupaba el presente, y mucho.
«Nacemos con la cosa de subsistir. Somos 8.000 millones de personas en el mundo, todas diferentes. No es normal, por tanto, que haya solo un sistema para todos: el capitalismo. No produce libertad e igualdad», analizaba.
Balbuena sonreía al ser preguntado por su relación de pareja. «Eso son interioridades que no importan…», sonreía insistiendo en hablar de actualidad y anticapitalismo.
Indomable como en una ocasión en que abandonó un homenaje a los últimos gudaris y milicianos, levantaba el dedo apelando a redactar un urgente nuevo manifiesto a consensuar entre intelectuales. Es su «obsesión», matizaba su esposa Consuelo.
LUCHÓ EN EUSKAL HERRIA, CATALUNYA Y TAMBIÉN DESDE EL EXILIO
Sin embargo, finalmente accedió. «Nos conocimos en un baile en Amurrio, antes de la guerra». Consuelo lo negó: «Venía de antes». Mateo cuestionaba: «¿A que no recuerdas que entré montando a caballo al interior de un bar porque estabas tú?».
En 1944, se casaron en una ermita. «Ella se encargó, por nuestra forma de pensar, de que no fuéramos a confesarnos ni a comulgar», enfatizó Mateo ante su biblioteca, presidida por “El Capital”, de Marx.
Fue el mayor de diez hermanos. Por ello, de niño lo enviaron a servir al comercio. «¿Por qué he tenido que abandonar mi casa?», se preguntaba. En aquellos días una frase le caló: «Lo que está ocurriendo en Rusia es muy importante». Comenzó a leer mucho y a frecuentar el Ateneo Obrero de la ciudad de Gijón.
En 1932, ingresó en las Juventudes Comunistas y le nombraron secretario de Agitación y Propaganda. Participó en la huelga del 34 en Oviedo y se trasladó a Cruces. Allí, participó en la fusión de las Juventudes Socialistas Unificadas de Euskadi y fue secretario local.
El 17 de julio de 1936 convocó una reunión urgente de la JSU para requisar armas en Olabeaga, Lutxana… «El 22, una docena de milicianos salimos de Bilbo a Donostia a rendir a los rebeldes en el Hotel María Cristina. Y el 24 participamos en el acoso a los cuarteles de Loiola», recordaba.
Amenazada Orduña, se movilizó un centenar de milicianos comunistas, anarquistas y socialistas, en seis camiones, a las órdenes del capitán Espías, y ya encuadrado en el Leandro Carro, lo nombran teniente.
«Nos abandonan o traicionan los altos oficiales, pero mi sección se mantuvo dispuesta a resistir», afirmaba. Tras evacuar Bilbo, es herido en la mano izquierda y lo retiran a Santander y a Gijón. Al perderse la ciudad asturiana, deja el hospital y en un pesquero llega a El Havre (Estado francés). Pero retorna al Estado español por Figueres. Le nombran instructor de la 65º Brigada. Ante la derrota republicana arenga a su tropa para huir al Estado francés y continuar la lucha.
Tras 28 días de travesía vestido de civil, es apresado en Broto (Huesca), juzgado en Jaca y encarcelado. Queda libre. Consigue empleo en una mina ubicada «sobre Bilbao» por las mañanas y por las tardes imparte clase.
Retomó la lucha clandestina con el EPK-PCE y en 1942 fue detenido y encarcelado en Larrinaga. «Franqui -por Franco- nos quitó todo y nos dedicamos a vivir de ahorros, de la huerta y a escribir, liberados del capitalismo», concluía quien falleció en su caserío de San Martín de Lezama (Araba), inmueble que perteneció a la histórica familia de músicos Arriaga.