Koldo Campos Sagaseta, eskerrik asko!
Yo tuve un hermano. No nos vimos nunca, pero no importaba... (Julio Cortázar)
Sin perspectiva de cita previa ni agenda que la organice, la muerte se me antoja hoy, cuando menos, ególatra, falta de escrúpulos de conciencia en su esmero a jornada completa, porque desdeña el sentimiento ajeno. Solemne, desde lo irreversible del tránsito y el adiós manifiesto; imprecisa, en su atemporalidad, no acuerda horario, tampoco pertenece al registro de sucesos bienvenidos ni encabeza los días a la carta del todo incluido. De carácter agrio, milenario oficio, tabú, en el trasiego humano de jugar al despiste de las cosas importantes, nos deja a merced del duelo, aderezando el llanto con abrazos compartidos y ese caudal de memoria que permanece en la piel del tiempo mientras seamos capaces de cuidarlo, también el propio tiempo.
Camuflada bajo una cierta huida semiinconsciente, la muerte puede tomar forma de entidad ficticia mientras consigamos mantener el pensamiento fuera de su alcance. Si no hablamos del miedo a morir, lo que no se nombra parece liberarnos de interrogantes vitales: cómo, cuándo, dónde... con quién... qué recuerdo acompañará el instante de abandonar aliento y envoltorio orgánico... cuál será la próxima ausencia...
Vida y muerte: el binomio más real y primitivo. Un vértigo que habitamos demasiado a oscuras, sin competencia suficiente para afrontarlo.
A veces, nos vemos reflejadas en estrofas de alguien que no vimos nunca, o en todas las luchas que hemos llegado a conocer de muchos alguien, y nos sentimos hermanas de clase, de frontera. Hermanas de sangre guerrillera; compañeras de faena en esto de la conciencia y la justicia a partes iguales. Casi siempre, sabemos reconocer un hermano que anduvo entre las zarzas hasta alcanzar altura por debajo de las nieblas, donde quizás, un día, utopía en mano, se cobijen los cuentos por crear, «el pan que se comparte» y los parias de la tierra.
Variables y amplia gama de parásitos al margen, del todo inoportuna, la robadora de sueños viste de matices narcisistas lo que alcanza a tocar. Koldo, tu «dama negra», «la dama de mierda que, probablemente, también es un caballero», nos anunció tu ida sin vuelta. Allí donde estés ahora, a buen seguro, será con la rebelión al viento de nuevos territorios insumisos. Aquí, nada ha cambiado aún. Las fechas se suceden en un caminar largo de pasos que, de tanto en tanto, desenredan el aire y dejan una ventana abierta a la esperanza. Todavía amanecemos lúcidas, aunque se quiebren los respiros al romper el alba, cuando abrimos las páginas del mundo y el arraigo no basta para abolir tanto espanto.
Seguimos haciendo memoria del pasado. Escribiendo palabras contra el olvido de la historia. Seguimos mudando del laberinto a la resistencia, de la pérdida al cuidado colectivo, y desde la resistencia a mayor resistencia... Cada día llega con su noche, y en ella las luces se encienden y se apagan. Llega el descanso para arrinconar la tristeza durante unas horas. Llegará mañana, con su carga de huellas aferradas al futuro. Andamos, entretanto, cada una en nuestro trozo de parcela, elaborando un buen plan de contingencia común, inventariando la vida frente al destino, por si acaso el enemigo aparece de repente. Pero esto ya lo sabes...