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EDITORIALA

Indicadores de un sistema que se resiste al cambio


Hego Euskal Herria figura entre las 31 primeras regiones de la Unión Europea en el índice de logro femenino de un total de 235. Nafarroa está el puesto 26 con 71,1 puntos sobre 100, y Araba, Bizkaia y Gipuzkoa en el 31, con 69,9 puntos. La Dirección General de Política Regional de la Comisión Europea es la responsable del estudio que evalúa los indicadores de la igualdad entre hombres y mujeres a nivel continental. Los países nórdicos obtienen las mejores puntuaciones a nivel general, siendo la región de Helsinki-Uusimaa la primera de la clasificación. Los territorios vascos destacan en áreas como Salud y Poder, pero obtienen una puntuación más baja en otras como Conocimiento, Trabajo y Dinero, donde el marco estatal rebaja las potencialidades de la sociedad vasca.

Al mismo tiempo, el balance de las agresiones sexistas en el contexto de fiestas de Gasteiz, dado a conocer ayer mismo por el Ayuntamiento, es espeluznante. Se han notificado cinco agresiones en diez días, con cuatro hombres detenidos hasta el momento. El movimiento feminista de la ciudad elevó el número de agresiones en fiestas hasta once. En este caso, no es consuelo tener datos un tanto mejores que otros territorios del contexto europeo. El nivel de violencia contra las mujeres es insostenible, pero se asume con una naturalidad peligrosa. Lo cierto es que la sociedad difícilmente aceptaría estos niveles si los sufriese cualquier otro colectivo. Para colmo, en este momento existe una impugnación muy fuerte contra el feminismo, que va acompañada de una banalización de la violencia y un rearme del machismo. Instituciones y sociedad deben ser conscientes de esta tendencia.

El contraste entre ambas noticias es chocante. Unos indicadores razonablemente buenos en políticas públicas no revierten uno de los fenómenos más trágicos y persistentes del sistema heteropatriarcal, la violencia sexista. Es precisamente esa característica de ser un sistema, su capacidad de adaptación y la resistencia al cambio, lo que explica esta dinámica. Sin autocomplacencia institucional ni desesperanza social, la lucha contra el sexismo debe ser una prioridad política.