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Mal pacto de investidura en Catalunya


Sabes quién es el nuevo president de la Generalitat de Catalunya? Se llama Salvador Illa y le conocerás porque es aquel que en 2018 criticaba al PP de Rajoy afirmando que el artículo 155 debería haberse aplicado antes, el mismo que justificaba la sentencia del TSJC de 2021 sobre el 25% de enseñanza en castellano en escuelas catalanas diciendo que «no nos parece mal», el exministro de Sanidad que se manifestó con la formación ultraderechista Societat Civil Catalana en 2017 en protesta contra el «procés» junto a otros personajes de la derecha del PSC (Iceta, Borrell...)., de la derecha extrema española (Casado, Arrimadas...) y de la extrema derecha españolísima (Ortega Smith, Abascal...), el mismo que fue acusado por cobrar sobresueldos cuando era alcalde de La Roca del Vallés (y fue absuelto porque el caso había prescrito) y el ministro de Sanidad que está relacionado en el caso Koldo. Vamos, que Illa representa aquella persona en la que alguien decente, demócrata, de izquierdas y soberanista/independentista no debería confiar.

Pere Aragonès llegó a ser president de la Generalitat de Catalunya gracias a los votos de Junts y la CUP. Aquellos votos fueron votos de investidura, no de gobierno, lo que se tradujo en una paulatina falta de apoyos a ERC, y Aragonès se quedó solo en el Parlament, sin mayoría y con la única baza de un PSOE con el que llegaba a acuerdos en Madrid y gracias a ello recibía el apoyo institucional del PSC en Barcelona. Intercambio de cromos que implicaba hacer propaganda de una exitosa «Mesa de Diálogo» que serviría para pacificar Catalunya −según Sánchez− o para pactar un referéndum de autodeterminación −según Aragonès−, ambas cosas impensables e imposibles, la primera porque no hay una guerra que pacificar sino una represión, y la segunda porque un referéndum de autodeterminación pactado con el Estado español es un absurdo colosal.

El apoyo en las urnas a ERC ha ido decayendo con el tiempo, desde que dejaron de tener ese apoyo del resto de grupos independentistas en el Parlament para dar paso al apoyo y sustento del PSC. También hay que tener en cuenta que Aragonès llevó a cabo políticas de derechas o que, al menos, no deberían relacionarse con un partido que en su nombre tiene la palabra «Esquerra» (sanidad, educación, megaproyectos, etc.)... Igualmente les ha castigado electoralmente la alta abstención debida principalmente al desencanto de gran parte del independentismo ante la falta de avances. El Govern de ERC ha dedicado tiempo y esfuerzo en desactivar el movimiento independentista de base. Ese era el gran pacto con el PSOE y ese debería ser (y como tal lo vende) el gran éxito de Pedro Sánchez. Los acuerdos en las cámaras de Madrid, en el Parlament de Catalunya y las fotos estrechando manos tras las reuniones teatralizadas de la Mesa de Diálogo, han contribuido a ello. Ni las protestas, ni el Catalangate, ni la represión, ni la persecución al independentismo por jueces prevaricadores, ni el reiterado incumplimiento de acuerdos por parte del PSOE, ni los batacazos electorales de ERC (uno tras otro y suma y sigue), han servido para romper el idílico romance entre las socialdemocracias española y catalana.

En cuanto al acuerdo en sí mismo, como primer apunte, el PSC se presenta como «federalista de izquierdas» en un intento de acercarse a ERC, pero no nos va a confundir: son y serán nacionalistas unionistas españoles de centroizquierda. Por lo demás, lo más destacable en cuanto a lo positivo es la llamada «financiación singular» y la creación de una «Hacienda Catalana». Lo negativo de esa financiación singular es que será en el segundo semestre de 2025 cuando se deberán impulsar acuerdos «a través de las modificaciones legislativas necesarias y cuando corresponda» para trasladarlas a la «Comisión Mixta de Asuntos Económicos y Fiscales Estado-Generalitat». En otras palabras, va para largo, lo suficiente como para que el PSOE (como ya nos tiene acostumbrados) no cumpla lo pactado o para que no dé tiempo a su implementación y todo se eche para atrás sin problemas con la llegada de un posible próximo gobierno español compuesto por la derecha extrema y la extrema derecha.

El resto del documento es, poco más o menos, la vuelta al estado de las autonomías aunque algo más completo. En lo referente a derechos nacionales y reconocimiento de la nacionalidad catalana, así como la defensa de la lengua, no hay sustanciales avances en un acuerdo que únicamente redondea y moldea lo ya escrito en la Constitución y el Estatut.

De hecho en la introducción del documento se señala como punto de inflexión la sentencia del TS de 2010, que anulaba el Estatut aprobado en el Parlament de Catalunya y en las Cortes españolas, y refrendado por el pueblo catalán. Punto de inflexión que derivó en lo vivido en octubre de 2017, momento en que, según el acuerdo, «queda en evidencia un choque entre la legitimidad parlamentaria y popular de Catalunya y la legitimidad institucional y constitucional del Estado, ambas imprescindibles en toda democracia avanzada y en cualquier Estado de Derecho». Cabe remarcar esta frase porque deja bien a las claras que en ningún caso se va a pactar nada fuera del marco del Estado español.

En resumen, grandes avances en fiscalidad de difícil implementación que dan pie al no cumplimiento de lo pactado por parte del PSOE, y vuelta al autonomismo de 2010 obviando el mayor gesto democrático en Europa en el presente siglo, cuando el pueblo catalán hizo posible que se llevara a cabo un referéndum escondiendo urnas y papeletas y durmiendo en los colegios electorales para asegurar su apertura el día de la votación, cuando se desobedeció a los jueces y se salió a la calle a votar, y cuando el pueblo, con las papeletas como única arma, se enfrentó a los «piolines» y al «a por ellos».

Con todos estos datos no es de extrañar que sean muchas las voces independentistas de izquierdas que critican el pacto y la investidura de Illa, incluso entre la militancia de ERC, calificándolo de error histórico y de regalo de la máxima institución catalana al españolismo.

Cabe darle la vuelta a esta situación. Cabe recordar que el mejor momento que ha vivido el soberanismo y el independentismo de izquierdas (y también el de derechas) en Catalunya ha sido cuando el pueblo estaba en la calle, cuando en el Parlament había una confrontación sostenida con el Estado y cuando se llegaban a acuerdos entre ERC, Junts y CUP.