25 AGO. 2024 EDITORIALA Del derecho a la fiesta a fiestas que sirvan para ampliar derechos Cuando esta noche Marijaia arda en llamas por la ría, tocará a su fin el ciclo festivo en las capitales vascas. Desde Sanjuanes a inicios de octubre esta pulsión atraviesa toda Euskal Herria sin excepción alguna, todavía queda mecha que prender, pero la secuencia principal de Sanfermines a la Aste Nagusia bilbaina concluye ya y permite sacar algunas conclusiones generales. Un ejercicio necesario porque las fiestas populares vascas no son un agujero negro en el calendario ni están desconectadas de la realidad sociopolítica: comparten sus luces y sus sombras, hacen país o pueden deshacerlo. En un repaso muy esquemático y cronológico, han sido unos Sanfermines diferentes como marca la distancia entre el anterior Ayuntamiento de UPN y este de EH Bildu. En Baiona una decisión ajena movió las fechas y provocó una perniciosa confluencia con las fiestas de Iruñea, igual que antes cerró las mugas. Gasteiz tomó el relevo con el acertado estreno de Iñaki Kerejazu como Celedón, comprometido y empático. Como Itziar Ituño, pregonera con mucho eco en Bilbo. Entre medio, Donostiako Piratak han seguido poniendo raíces a unas fiestas que siguen siendo ajenas, o al menos lejanas, para muchos donostiarras cada vez más extranjeros en su propia ciudad. LA FIESTA NO DEBE IR POR BARRIOS Hay que mirar unas décadas atrás para recordar que las fiestas populares vascas son un derecho arrancado a los aguafiestas de turno: vetos franquistas, sectarismos de las elites económicas, exclusivismos machista, folklorismos vacíos... Tienen un trasfondo de conquista popular que las hace diferentes, ciertos valores de izquierda como el auzolan o la solidaridad con múltiples causas (Palestina este año). Llegados a 2024, son fiestas que perseveran para desterrar la violencia machista, que intentan mejorar en inclusividad, que cuestionan cada vez más el maltrato animal o que refuerzan el uso del euskara en espacios de ocio. Hay que avanzar en ello, porque si disfrutar es un derecho, debe serlo para todos y todas. Aquí la fiesta no va por barrios. CONVIVENCIA, SEGURIDAD, IGUALDAD Las fiestas vascas son mucho más que fiestas. Tienen un potencial transformador que no hay que desdeñar, ni sobre todo desaprovechar. La convivencia en Iruñea, por ejemplo, se ha visto reforzada en esta edición sanferminera, desde una estrategia muy básica: quien no siembra vientos no tiene que acabar recogiendo tempestades. El Manifiesto Social promovido por el alcalde Joseba Asiron, con la procesión del día 7 como principal referencia, tuvo su fruto. Lizarra marcó el contrapunto: el gratuito ataque de UPN a las txosnas enturbió las fiestas a todos. El creciente debate ciudadano sobre la seguridad sobrevolaba este ciclo festivo. Aunque no han faltado incidentes (especialmente la muerte de una persona agredida en Baiona) los responsables políticos y policiales han concluido que han sido más tranquilas de lo previsto o lo temido. Sería bueno que ello aporte racionalidad a una discusión que va a seguir. Resultó algo desolador que en puntos como Donostia se convocaran actos de denuncia de la violencia machista antes de empezar las fiestas; pero más desolador fue concluir que tenían razón, que habría motivo para salir a la calle a protestar. En Gasteiz fueron seis agresiones sexuales graves en diez días en torno a La Blanca. Es un sarcasmo que quienes alientan el debate sobre la inseguridad minimicen a la vez esta lacra que afecta a la mitad de la población. Seguir ampliando derechos es el reto de las fiestas vascas, el plus que las hará aún más exitosas de lo que son y más útiles para el país. Ya falta menos pero quedan diez meses y medio para trabajar en ello.