Pedro J. LARRAIA LEGARRA
GAURKOA

Una indignidad

El Partido Nacionalista Vasco se ha apartado de la senda abierta por una de las personalidades que más respeto suscitan en la memoria colectiva del pueblo vasco, el lehendakari José Antonio Agirre Lekube, y ha votado una Proposición no de Ley −promovida por el Partido Popular y apoyada por Vox, Unión del Pueblo Navarra y Coalición Canaria− instando al Gobierno del Estado español a que reconozca como presidente de Venezuela a un señor, Edmundo González Urrutia, del que no hay constancia fehaciente de que haya ganado las últimas elecciones celebradas en su país. Y, por si esto no fuera suficiente, «las manos de Edmundo González pueden acabar manchadas de sangre. Entre 1981 y 1983 Edmundo González fue el primer secretario de la Embajada de Venezuela en El Salvador, cuyo embajador era Leopoldo Castillo, conocido como Matacuras. En esa época se ejecutaba en ese país el Plan Cóndor de contrainsurgencia, impulsado por Ronald Reagan, con el objetivo de impedir el avance de las fuerzas revolucionarias del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Este plan incluía la ejecución de la Operación Centauro, en la que participaban el Ejército y escuadrones de la muerte y cuyo objetivo era asesinar a revolucionarios y, en particular, a miembros de comunidades religiosas basadas en la teología de la liberación. Un total de 13.194 personas fueron asesinadas, entre ellas Don Oscar Romero, hoy santo de la Iglesia Católica, cuatro monjas Maryknoll y cinco sacerdotes. Según datos de la CIA desclasificados en 2009, Leopoldo Castillo aparece como corresponsable de la coordinación y ejecución de la Operación Centauro. Edmundo González era el primer secretario de la Embajada de Venezuela. Los crímenes cometidos son de lesa humanidad y como tales son imprescriptibles».

Estas son las credenciales del sujeto de quien el Congreso de los Diputados, con los votos del PNV, ha salido valedor ante el Gobierno del Estado español.

Edmundo González Urrutia es el hombre de paja de María Corina Machado Parisca, representante de la oligarquía más reaccionaria de Venezuela. Cuando esta oligarquía ejerció el poder −y eso se prolongó durante mucho tiempo−, la corrupción alcanzó niveles extremos y la acumulación de riqueza en muy pocas manos −la de mayor peso, la proveniente de los millonarios ingresos por venta de petróleo− fue la causa del empobrecimiento generalizado de la población.

No parece que Maduro sea la persona llamada a sacar a Venezuela de la situación en la que se encuentra. Pero, en el caso de intentar esta salida a través de la oposición liderada por María Corina Machado Parisca, el remedio sería mucho peor que la enfermedad, porque su objetivo es recuperar el poder que siempre acapararon los de su clase para volver a organizar el país de acuerdo a sus intereses.

Por consiguiente, no se trata de centrar el foco en Maduro, se trata de deconstruir el relato que las fuerzas de la extrema derecha internacional repiten, opportune et importune, sobre Venezuela con el fin de hacer creer a la opinión pública mundial que su régimen político es la causa de todos los males que asolan al planeta (como antes sucedió con Cuba, Chile, con Irak y sus armas de destrucción masiva, con Libia...).

Si este país latinoamericano no tuviera las mayores reservas de petróleo de la Tierra, al capitalismo internacional le importaría muy poco que el chavismo estuviera en el poder. De igual modo a como le importa muy poco haber dejado Afganistán en manos de los talibanes, u obstaculizar e impedir las llegadas de los cayucos africanos a las costas europeas. Para los ricos, se trata de gente pobre, oriundos de países que no tienen, al menos hasta el momento, ningún interés económico. Pero Venezuela es otra cosa, tiene recursos muy valiosos y hay que hacerse con ellos.

En el caso de que las élites venezolanas accedieran al poder, harían lo único que saben hacer, ejercer de lacayos del capital internacional. Entonces las aguas revertirían a su cauce y el mundo no tendría que preocuparse más por la deriva venezolana, ni Podemos recibiría más pagos indebidos de ese país, porque Roma ya no pagaría traidores.

Es algo frecuente que sectores de la diáspora vasca que han prosperado económicamente militen o apoyen a partidos políticos conservadores del país al que arribaron sus antepasados, y defiendan un vasquismo pintoresco y folclórico que poco o nada tiene que ver con el palpitar de la Euskal Herria de hoy. Muchos descendientes de los vascos que emigraron a Estados Unidos votan al partido de Trump, el partido republicano.

En este caso, todo apunta a que el PNV, siguiendo el principio do ut des, te doy para que me des, ha priorizado las conveniencias económicas y políticas de un sector influyente de la colonia vasca venezolana. Las cuestiones ad intra se defienden sin fisuras −estén bien o estén mal, son nuestras cosas, las de casa−, y las cuestiones ad extra, las que afectan a derechos de terceros, pero colisionan con nuestros intereses, se ignoran o se pisotean. ¿Acaso el PNV, como partido de gobierno, ha tomado alguna medida acerca de las empresas vascas que están haciendo negocios con el Estado terrorista y genocida de Israel, como es el caso de Construcciones y Auxiliar de Ferrocarriles (CAF)?

En el currículum del PNV, permanecerá, de manera indeleble, como un grave error, como algo profundamente decepcionante, pero, ante todo, como una indignidad, el respaldo que ha dado a las mentiras y falsedades de la extrema derecha española sobre la realidad venezolana.