Crisis de Osakidetza: un problema de modelo sanitario
En reuniones con gestores de Osakidetza, me transmitían la idea de que yo era un afortunado porque me dedicaba a lo importante, la salud integral, mientras ellos se encargaban de lo urgente, de los problemas derivados de la atención sanitaria. Me trataron con cordialidad y empatía, si bien no conseguí ningún avance para impulsar la salud integral en Atención Primaria.
Algunos municipios, ambulancias medicalizadas y urgencias extrahospitalarias sin médico. Una situación difícil de encubrir. Osakidetza está en crisis e ingresado en la UCI, y su evolución dependerá del acuerdo que se alcance en este imprescindible pacto sanitario.
Lo primero, las medidas urgentes. Es vital frenar la fuga de médicos mediante contratos estables y no precarios, manejar las listas de espera... y comenzar la fase de diagnóstico de las causas fundamentales que nos han conducido a esta crisis. Respecto a esto, sorprende, que quienes han estado gestionando Osakidetza desde su creación, no asuman ninguna responsabilidad en la misma. Que el problema afecte a muchos países, y que nuestros indicadores de salud continúen estando entre los mejores −por eso fue motivo de orgullo de la ciudadanía− no les exime de su responsabilidad en la crisis. No ha sido un problema de gestión como lo están sugiriendo, sino una decisión política lo que nos ha conducido a esta crisis.
En 1948 se fundó el NHS-Servicio Nacional de Salud Inglesa−, el primero en luchar contra las desigualdades sociales en salud, ofreciendo un servicio de salud universal y gratuito. Fue referente de muchos sistemas sanitarios europeos, incluido el nuestro, y generó el periodo de esplendor tanto del NHS como de Osakidetza. Pero en 1989 Margaret Thatcher, preocupada por el gasto sanitario, introdujo reformas neoliberales en el NHS. Eludiendo su responsabilidad institucional, transfirió toda la responsabilidad de la salud a la ciudadanía, puso el foco en la asistencia a la enfermedad, y se responsabilizó de prestar atención sanitaria de calidad con criterios de eficiencia y menor coste posible. Y Osakidetza eligió introducir esas reformas, lo que supuso el comienzo de la privatización con la separación de financiación y provisión, y la introducción de criterios de empresa en la gestión sanitaria, que se tradujo en una limitación del gasto, «meter la tijera», en palabras del entonces consejero Azkuna. Esta tijera afectó sobre todo a la Atención Primaria de Salud y condujo a una precariedad de condiciones laborales y de contratos que provocó la fuga de médicos, causa principal del déficit de profesionales. Para que se aceptara la nueva «cultura sanitaria», el proceso debía de ser progresivo, sin sobresaltos, pero nos sacudió el covid-19, y actuó como detonante de la actual crisis. No ha sido un fracaso de gestión, ha sido un fracaso de modelo. Sus políticas neoliberales no han podido demostrar una mayor eficiencia del sistema sanitario, y en cambio, sí han aumentado las desigualdades sociales en salud, como lo demuestra el aumento de la medicina privada en la CAV.
Nos enfrentamos a un gran reto. Por un lado, hay un aumento de la carga de enfermedad derivada de la mayor longevidad de la población (enfermedades crónicas, discapacidad...). Por otro lado, los avances médicos son cada vez más caros (tecnología, medicina personalizada...).. Estas realidades dificultan que el sistema sanitario pueda ofrecer toda la asistencia posible a todas las personas.
La respuesta al reto vendrá de una decisión política: ¿seguiremos considerando la salud como una carga a la que hay que meter las tijeras, mientras responsabilizamos a los pacientes de su enfermedad, o hacemos del sistema sanitario un servicio para gestionar la salud como derecho humano? ¿Insistimos en centrarnos en la enfermedad o damos una oportunidad a la salud integral?
Ninguna de las medidas propuestas prioriza la Atención Primaria de Salud. Dotar de personal médico suficiente, estable y en situación no precaria es una prioridad vital. Y, si bien hay consultas con necesidades agudas, urgentes e indemorables, que, por supuesto deben ser atendidas en el día, el resto de las consultas pueden esperar y ser atendidas con tiempo de consulta suficiente. Que la medida estrella sea que «los ambulatorios atenderán en 48 horas» supone la eliminación definitiva de la salud de la Atención Primaria. Los centros de salud se crearon en sustitución a los ambulatorios, en los que no había listas de espera y todas las personas eran atendidas en el día. Sin embargo, la salud exige una Atención Primaria presencial y con tiempo suficiente.
El reto al que nos enfrentamos precisa de una Atención Primaria de Salud en el que el manejo de la enfermedad se enriquezca con el manejo del resto de los factores determinantes de la salud, y con inversiones en la prevención y la promoción de la salud. Una Atención Primaria que recupere la atención a la persona en sus múltiples dimensiones, biológica, psicológica, social y espiritual, y trabaje en estrategias para conseguir, a través del empoderamiento de la población en el cuidado de su salud, pasar de consumidores de salud a adultos responsables de nuestra salud. Y esto exige el blindaje del número de consultas, no más de 20, casi todas presenciales, y con tiempo suficiente, no menos de 15 minutos por consulta, y tiempo en horario laboral para reuniones de equipo, docencia e investigación. Necesitamos disminuir la carga de enfermedad, insostenible para cualquier sistema sanitario, producida por ese más del 80% de enfermedades crónicas prevalentes que sabemos que son evitables con hábitos de vida saludables.
Las declaraciones de los responsables de Osakidetza me generan desasosiego, me transmiten la idea de más de lo mismo y me recuerdan mis reuniones con los gestores. El pronóstico de Osakidetza dependerá del tipo de acuerdo alcanzado. Hay esperanza, tenemos una segunda oportunidad y para ello la ciudadanía, las profesionales que trabajan en Atención Primaria, y las sociedades científicas como Osatzen deberemos estar a la altura de las circunstancias.