El aumento del consumo eléctrico no reduce el uso de combustibles fósiles
La Agencia Internacional de la Energía publicó ayer su informe sobre 2024, un trabajo anual que siempre se presta a lecturas diversas. Pese a las buenas noticias sobre el aumento de las renovables, estas no sustituyen a los combustibles fósiles. Se suman al stock disponible, resultando en un aumento del consumo global.

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La demanda de electricidad en el mundo creció el año pasado un 4,3%, casi el doble de lo que lo hizo la demanda total de energía, que aumentó un 2,2%. La diferencia la marcaron, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), las altas temperaturas -menos combustibles fósiles para calentarnos-, el proceso de electrificación de numerosos sectores -empezando por un récord de ventas de vehículos eléctricos- y la digitalización. Tres cuartas partes de esa electricidad extra la aportaron fuentes de energía renovables, por lo que no faltaron exclamaciones de alegría ante el informe de la AIE sobre 2024, un documento de carácter anual que siempre se presta a trampas e interpretaciones diversas.
Una mirada algo más crítica a los datos concretos muestra un panorama bastante más desolador. El resumen es sencillo: el despliegue y el consumo de energía de origen renovable adquirió en 2024 un volumen histórico, pero para que esta sea realmente una buena noticia debería ir acompañada de una reducción del uso de los combustibles fósiles, responsables del calentamiento global.
Esto no ocurrió el año pasado. El aumento de un 4,3% de la demanda eléctrica no implicó una disminución más o menos proporcional del uso de combustibles fósiles, ni mucho menos. El consumo de gas natural creció un 2,7%, el de carbón un 1%, y el del petróleo un 0,8%. Son registros más o menos discretos, sobre todo en el caso de los dos últimos, que son los más contaminantes, pero no esconden la realidad: en términos globales, la mayor oferta eléctrica renovable se está agregando a la oferta energética fósil ya existente, no la está sustituyendo.
LA FANTASÍA DEL DESACOPLE
La trampa contable se observa sin rubor en el apartado en el que la AIE defiende que la emisión de CO₂ continúa desacoplándose del crecimiento económico. Para sostenerlo, se agarra a que las emisiones de carbono dióxido «solo» crecieron un 0,8% en 2024, mientras que la economía global creció un 3,2%, cerca de la media prepandémica del 3,4% entre los años 2010 y 2019.
Hay que entender que la tesis del desacople es el principal argumento de quienes defienden que el mundo puede seguir a ciegas el mandato capitalista del crecimiento económico continuo, sin seguir destruyendo las condiciones que posibilitan la vida que conocemos en la Tierra.
Pero el informe mismo de la AIE muestra que eso no es posible, por muchas trampas al solitario que sus propios autores se hagan. En la medida en que la nueva energía añadida al stock anterior es de origen renovable, es lógico que las emisiones crezcan menos. El problema, que es grave, es que este aumento importante de las renovables no hace que las emisiones de CO₂ disminuyan. Simplemente logra que el aumento sea más atenuado. Magra victoria.
Para alcanzar el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5°C, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) estableció en octubre del año pasado que las emisiones anuales de gases de efecto invernadero (GEI) deberían reducirse un 42% entre 2025 y 2030. Considerar una buena noticia que el año pasado creciesen un 0,8% las emisiones de CO₂, el más importante de esos GEI, es como poco temerario.
De hecho, la realidad es que las emisiones de CO₂ del sector energético tocaron techo en 2024. Las 37,8 Gt de carbono suponen un récord nunca antes alcanzado y elevaron la concentración de partículas de CO₂ en la atmósfera a una cota hasta ahora desconocida de 422,5 partes por millón (ppm), tres puntos por encima de la cifra de 2023 y un 50% más que en los niveles preindustriales. La única buena noticia, probablemente, la ofreció la industria, cuyas emisiones descendieron un 2,3%.
LA FOTOGRAFÍA REAL SOBRE LA ELECTRICIDAD
Incluso el apartado sobre la electricidad, que es donde las noticias son más positivas por el aumento notable de la aportación renovable, contiene apuntes preocupantes. El informe destaca que el 80% del aumento de demanda de la electricidad se cubrió con renovables y nucleares, lo que ofrece un titular bastante atractivo. Y desde luego, es cierto y es positivo -en términos generales-, pero una vez más, esconde que el restante 20% se cubrió con nueva electricidad de origen fósil.
Aunque mucho menos que la electricidad renovable, la de origen fósil también creció un 1% en 2024, por lo que tampoco aquí el aumento de la energía menos contaminadora implicó una disminución de la más perniciosa. Las fuentes energéticas, más bien, se agregan, conduciendo a un mayor consumo energético global, con todas sus implicaciones medioambientales. Sin renovables no hay transición energética posible, pero sin un enfoque que contemple también una reducción del consumo de energías fósiles, las renovables sencillamente aportan más energía al stock previamente disponible. Sin embargo, reducir el consumo fósil, hoy en día, significa irremediablemente decrecer económicamente, algo inconcebible en los actuales centros de poder.
Pero el mismo informe sugiere que, sin cuestionar el mantra del crecimiento del PIB difícilmente se dará una transición energética.
Hay muestras de ello también en la composición del mix eléctrico. Una mayor generación eléctrica es indispensable para descarbonizar la economía, porque las principales fuentes de energía renovable se utilizan para producir electricidad. Es, por lo tanto, condición, pero no garantía. Porque pese a los cambios positivos, la fotografía global hoy en día sigue siendo desoladora: solo un 32% de la electricidad generada en el mundo se consigue mediante renovables. El 35% se sigue obteniendo mediante el carbón y cerca del 20%, con gas natural. No solo hay que aumentar las renovables, sino que hay que disminuir las fósiles.
AUMENTO GENERALIZADO DEL CONSUMO
El crecimiento de la demanda energética se concentró, como acostumbra, en las economías emergentes y en desarrollo, empezando en términos absolutos por China, donde el consumo creció un 3% -considerablemente por debajo de la cifra de los últimos años-, y en términos relativos por India, donde la demanda creció un 4,9%.
Pero también entre los países ricos aumentó la demanda un 1% -había declinado un 2% en 2023-. En EEUU aumentó un 1,7%, empujado por un fuerte auge de las renovables impulsadas por la administración Biden -una situación que ahora cambiará con su sucesor-, mientras que en Europa, la demanda creció (un 0,5%) por primera vez desde 2017, ayudada por un descenso de los precios tras el shock inicial de la guerra en Ucrania.
Sobre el reparto de las emisiones, el cada vez menor uso de carbón en EEUU y Europa -y la deslocalización de mucha industria- siguió reduciendo las emisiones en los países desarrollados, donde el descenso fue del 1,1%. En China el aumento fue menor que en años anteriores (0,4%), mientras que en la India se disparó un 5,3%. Con todo, EEUU sigue siendo el país que más CO₂ emite por habitante.