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DE REOJO

Desechos textiles


Sufrir en silencio las estadísticas, los estudios sin sello de calidad, las noticias apañadas y las canciones de amor primaveral es un síntoma no reconocido en el vademécum de los sociólogos, y las sicólogas se conforman con hablar de que debes asumir todas tus contradicciones. Así es como se forman mayorías abstencionistas, ocupas de salas de espera en los ambulatorios y parafarmacias que representan el cruce entre ciencia y superstición, pero con caja y prospecto tipo sábana.

Aseguran que cada ciudadano europeo compra diecinueve kilos de ropa cada año. Me pongo a pesar y pienso que alguien se compra muchos más kilos que esa media porque yo llevo años que probablemente no llegue a los cinco kilos. Cosas de la estadística. Porque ese mismo informe europeo concluye que cada individuo vierte dieciséis kilos de desechos textiles. Y ahí, además de pesar, repaso mis actos cotidianos y no sé por dónde empezar la criba del asunto, porque existen gestos habituales que se pueden considerar en este rubro, ya que los que tenemos principios del síndrome de Diógenes no tiramos una camiseta desde hace décadas. Pero calcetines y paños de cocina, sí. Así que ante los desechos textiles me recreo en los desechos globales, como una experta que dice que nos estamos cargando el planeta en el plano moral y biológico, y se está demostrando que la industria textil de usar y tirar es nefasta debido al agua que emplea y la casi esclavitud de quienes confeccionan esa ropa. Y para terminar esta entrega, un detalle superlativo: el restaurante El Ventorro ha quitado el nombre de la puerta. Desechos políticos.