El balcón de Cristina
Superpones varias imágenes de este momento histórico en el calidoscopio de tu propia percepción del mundo y de lo que puede ser la vida y es muy posible que acabes perdido en un delirio de amor. Defiéndete de tu memoria porque te va a estar mandando señales intermitentes que no vas a saber deglutir dentro de este bucle de sinrazones encadenadas a un discurso o a una fe.
Quizás la señal clara de lo que puede significar la ausencia moral en el ejercicio de la política se encarne de manera rotunda en Donald Trump y algunos de sus epígonos más ultras. Es gobernar desde una arrogancia personalista y sirviendo a intereses propios sin reparar en los efectos colaterales de las decisiones trascendentales tomadas. Es un método de convertir los votos recibidos en excusas autoritarias que siempre contienen una elevada dosis de corrupción estructural. Porque quizás sea la corrupción, así como concepto o como acto, lo que define el tiempo actual, ya que por acción u omisión está presente en la vida política internacional y sospecha la ciudadanía que conocemos un porcentaje mínimo, y probablemente consentido, de casos investigados y juzgados. Por eso las fotos de Cristina Fernández de Kirchner en el balcón de su casa, donde está en arresto domiciliario, se vuelven un icono de la contradicción fractal política. Está condenada por corrupción en un proceso cargado de irregularidades, pero una parte de la ciudadanía argentina la adora y sale a la calle a defenderla y otra la odia, y por eso llegó Milei. Desde el balcón, su figura se converte en una gárgola que mira escéptica esa polarización.

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