15 MAR. 2014 KOLABORAZIOAK Debemos Queremos hacer muchas cosas y podemos hacer bastantes; pero, básicamente, debemos hacer una: construir poder popular Carlo Frabetti Escritor y matemático Cuando uno tiene que manejar habitualmente tanto los mapas físicos del mundo (las ciencias naturales) como los políticos (las ciencias sociales), unos por vocación y otros por necesidad, las comparaciones son inevitables (es precisamente su inevitabilidad lo que a menudo las hace odiosas), y resulta terriblemente frustrante que los segundos no tengan, ni de lejos, la precisión y la operatividad de los primeros. Tan frustrante que es muy difícil ser plenamente consciente de ello todo el tiempo y no caer de vez en cuando en lo que los psicólogos llaman «pensamiento desiderativo». No nos resignamos a no tener, en el terreno de la acción política, fórmulas tan claras y métodos tan eficaces como los que permiten realizar las más variadas tareas científicas y tecnológicas con un margen de error despreciable y unos resultados satisfactorios. Pero si apostar por un «socialismo científico» es, seguramente, la única apuesta posible, confundir la apuesta con el logro es perderla de antemano. No creo que los impulsores de la candidatura Podemos sean oportunistas, como se ha dicho sin el debido fundamento; pero tampoco creo que sean oportunos, como dice mi amigo Santiago Alba. Creo, más bien, que Podemos es un Queremos -probablemente bienintencionado- que no se acerca ni nos acerca al Debemos, valga el juego de palabras. Confundir el deseo (de identidad y presencia) con la realidad (organizativa) no solo es confundir el mapa con el territorio, sino equivocarse de mapa, incluso de cartografía. Es tentador diseñar una organización política adecuada a un determinado propósito -igual que se hace el plano de un edificio o de una máquina- y luego buscar los medios materiales y humanos para constituirla; pero las personas y los colectivos funcionan -deben funcionar- de otra manera: tienen que ser a la vez arquitectos, albañiles y ladrillos de un edificio social que no sea una cárcel; ingenieros, obreros y engranajes de una maquinaria económica que no sea una bomba de relojería; y eso complica mucho las cosas, es decir, los procesos. Complica los procesos, pero simplifica el camino, en el sentido de que lo hace único, como decía Pasionaria. Solo de la colaboración real en empresas colectivas concretas -y de la reflexión que dicha colaboración genera y que revierte a su vez en el proceso participativo- pueden surgir una organización y un discurso lo suficientemente fuertes y articulados como para acabar con las mentiras y los abusos de la clase dominante (es decir, con la clase misma). Queremos hacer muchas cosas y podemos hacer bastantes; pero, básicamente, debemos hacer una: construir poder popular desde las asambleas, los barrios, los lugares de trabajo y de estudio (me niego a decir «desde abajo» porque el pueblo está arriba, en lo más alto; debajo están quienes, desde las cloacas del poder, nos controlan e intoxican). Volviendo a la cuestión de las comparaciones inevitables (y por eso mismo odiosas), es inevitable comparar la candidatura de Podemos con la de Iniciativa Internacionalista, en 2009. Dada mi implicación directa en II-SP, no soy el más adecuado para hacer la comparación; aunque, por otra parte, ya la han hecho los medios: el contraste entre la buena acogida dispensada a Podemos y los ataques que llovieron desde todos lados sobre Iniciativa Internacionalista no podría ser más elocuente. «Sus estridentes ladridos indican que cabalgamos», dice el labrador de Goethe, mientras el oso de Iriarte concluye compungido: «Mas ya que el cerdo me alaba, muy mal debo de bailar».