El final del paradigma autonómico
Hace mucho tiempo una persona compró un coche y lo pagó al contado. No pudo elegir: le obligaron a comprar ese coche o a quedarse sin ninguno. Cuando fue a recogerlo, el dueño del concesionario le entregó un vehículo incompleto, apenas el chasis y las ruedas. Le aseguró que el resto se lo iría dando progresivamente. Pero no se lo dio, sino que se lo vendió de nuevo por partes. Cada cierto tiempo, cuando necesitaba dinero, el dueño del concesionario llamaba al comprador y se ofrecía a venderle alguna pieza, que este se veía obligado a pagar otra vez. Muchos le recomendaron que no aceptara este trato, le advirtieron de que era una estafa, pero esta persona quería su coche. En el barrio mucha gente se reía cuando veinte años después de iniciar este negocio, el dueño del coche aparecía triunfante enarbolando un retrovisor o un parachoques, celebrando como si fuera una gran victoria haber vuelto a comprar lo que ya había pagado desde el principio. Durante muchos años el coche se fue completando, pero antes de estar acabado, el vehículo había quedado obsoleto y no respondía a lo necesario en seguridad, confort, prestaciones...
Al cabo de 35 años el coche seguía sin muchas de las piezas fundamentales, pero entonces el vendedor, que además proclamaba que el coche aún era suyo, empezó a exigir que se le devolvieran distintas partes del vehículo. El comprador salía al barrio y nuevamente con aire triunfante proclamaba: «solo me ha quitado un asiento y quería quitarme los dos», o «he conseguido que solo me quite la ventanilla cuando quería quitarme una puerta entera...». Entonces, incluso sus amigos más cercanos empezaron a susurrarle: «Mira, estás haciendo el ridículo... es hora de buscarte otro coche...».
Tal día como ayer, hace 35 años, se aprobaba el Estatuto de Autonomía y nacía la Comunidad Autónoma Vasca. Tres años más tarde, Nafarroa estrenaba su Amejoramiento. Cada uno hará su balance de lo ocurrido en estos años. El debate sobre el pasado es necesario y oportuno, pero no voy a entrar ahora en él. Porque la importancia del debate sobre lo que había que haber hecho hace 35 años, el retrodebate que tan esencial le parece a algunos, palidece ante la importancia del debate sobre lo que hay que hacer ahora, el debate del presente y del futuro. No es necesario un consenso sobre la interpretación del pasado para coincidir en el análisis de la situación actual. Tan claro tenemos esto en la izquierda soberanista que a día de hoy convivimos en el mismo proyecto político algunos de los que pusieron en marcha el entramado autonómico con quienes con más firmeza se opusieron al mismo. Pasados diferentes no impiden que en EH Bildu seamos unánimes en una cuestión: la vía estatutaria está muerta hace mucho tiempo y hoy no ofrece nada a este país salvo opresión, sumisión, dependencia, pobreza y humillación.
El PNV calla, entre la constatación de la estafa estatutaria (innegable en el momento actual) y su negativa a asumir con coherencia lo que implicaría una denuncia pública del agotamiento del ciclo estatutario. Ni pacto bilateral, ni simetría en la relación, ni derechos históricos, ni transferencia competencial, ni pleno autogobierno, ni política económica propia, ni relación con Europa... tanto el supuesto espíritu como la letra del Estatuto han quedado triturados y dejados en nada por el Estado. No hace falta haber estado siempre en contra de la apuesta estatutaria para reconocerlo. Es significativo que a día de hoy solo el nacionalismo español defienda con entusiasmo la vigencia del Estatuto. La epistemología nos ofrece una respuesta a situaciones como la que estamos viviendo: cuando un marco teórico se agota de forma obvia, deja de dar una respuesta aceptable y ofrece más problemas que soluciones, es el momento del cambio de paradigma.
Y al mismo tiempo que el Estado ha iniciado una fase regresiva de desmantelamiento estatutario, en Europa se han encadenado dos procesos de carácter histórico. El reconocimiento del derecho de libre decisión de Escocia es, a pesar del resultado, un precedente imprescriptible de la posibilidad de alcanzar la independencia dentro de un estado europeo a través de una vía democrática acordada y no traumática. Es una victoria definitiva para los que decimos que hay una vía posible para la independencia, también en nuestro contexto geopolítico. El proceso catalán, de resultado aún incierto, muestra la dificultad, pero también el potencial de una movilización democrática frente a un Estado negador de derechos y aglutina progresivamente más apoyos en Catalunya y la comunidad internacional. El debate sobre el derecho a decidir está aquí, en nuestras puertas. Todo ello coincide con el desmantelamiento de la vía estatutaria, el fin del régimen en Nafarroa, los consensos históricos en Ipar Euskal Herria, la conciencia mundial de que estamos en una era de cambios y el fracaso de España como estado en lo político y lo económico. Demasiados factores excepcionales para seguir actuando como si no pasara nada. No es, desde luego, un desesperado «ahora o nunca», pero sí es cierto que es un «ahora es posible» que se produce cada mucho tiempo.
La sensación que muchos tienen de que una alianza soberanista que aproveche esta coyuntura histórica es imposible por la pugna electoral entre EH Bildu y el PNV no es real. Lo que impide esa alianza es la decisión del PNV de priorizar sus acuerdos con fuerzas estatales en un proyecto de renovación estatutaria o incluso de mantenimiento del statu quo actual. Aun así, es cierto que existe un alto grado de tensión y agresividad dialéctica que no contribuye a un hipotético, y a día de hoy muy complicado, acercamiento. En este contexto, la izquierda soberanista ha apostado por arriesgar, por dar prioridad a la visión a largo plazo frente al cortoplacismo. Abandonar la comodidad de un enfrentamiento permanente, que otorga seguridad en las filas propias y rédito electoral, por la apuesta de mover de verdad el tablero de juego. La oferta triple que EH Bildu ha puesto sobre la mesa para avanzar en materia de pacificación, autogobierno y presupuestos busca desbloquear relaciones y superar tensiones con el PNV. No es esperable que produzca resultados a corto plazo, pero tampoco es una oferta que caduque en semanas. Este país necesita activar todas sus fuerzas para emprender un proceso hacia la soberanía, y aunque no vamos a esperar al PNV para trabajar en esa dirección, vamos a tratar de que se incorpore. Sin ingenuidad, pero sin aceptar que las ideas preconcebidas se conviertan en un obstáculo para explorar todas las posibilidades.
PNV y EH Bildu no pueden ser los únicos actores en un proceso soberanista. En Nafarroa e Ipar Euskal Herria es evidente que se necesitan otras alianzas. También quedarían emplazados a un posible trabajo conjunto sectores de la izquierda estatalista renovada si mantienen su defensa del derecho a decidir. Y además, el soberanismo requiere una vertiente social, un movimiento ciudadano vertebrador y protagonista del proceso. Pero hay que reconocer que existe una retroalimentación entre lo político-partidario y lo político-social que, en caso de engranarse de forma adecuada, puede iniciar el círculo virtuoso que pone en marcha un proceso soberanista. Un clima de acercamiento entre los partidos teóricamente soberanistas facilitaría sin duda la activación social en iniciativas populares y viceversa. Creo firmemente que Euskal Herria será un estado independiente. Si no es ahora, lo será más adelante. Pero las oportunidades reales aparecen cada mucho tiempo y siempre hay que intentar estar a la altura del momento histórico. La ventana de oportunidad está abierta y, aunque no hay posibilidades de emprender de inmediato el proceso hacia la independencia, las cuestiones de la normalización y la territorialidad aún no están resueltas, sí es posible buscar la articulación de una dinámica de reforzamiento de la conciencia soberanista.
A medida que nos acercamos a un objetivo, lo vemos con más precisión, hasta apreciar detalles que antes habían pasado desapercibidos. Hemos pasado de la fase de enunciación de un deseo independentista a la de construcción de un proyecto independentista. Si las cosas parecen ser más complicadas ahora es porque estamos más cerca. Eso hace aparecer nuevas facetas y obliga a afrontar nuevos retos. Si queremos lograr lo que nunca hemos logrado, tendremos que hacer lo que nunca hemos hecho. Es hora de arriesgar. La vía estatutaria está muerta, el paradigma estatutario ya no ofrece soluciones, es necesario construir un nuevo modelo, basado en el derecho a decidir, basado en la soberanía. Y en esa dinámica debe participar, si queremos que aglutine la masa crítica necesaria para activar el proceso, todo aquel que al menos teóricamente defiende la soberanía de Euskal Herria. La soberanía, el derecho a decidir, es el nuevo paradigma.