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ANÁLISIS | GRAN MARCHA EN BILBO CONTRA LA DISPERSIÓN

Más allá de la izquierda abertzale

Para llevar una cuestión de derechos al fango partidista se intentó presentar la movilización de ayer como el rito anual de la izquierda abertzale y su única aportación en esta materia, pero tanto las adhesiones públicas a la marcha como la participación demuestran que esta reivindicación es mas plural que lo deseado por algunos.


El alcalde más reconocido de Gasteiz, José Angel Cuerda, el físico de talla mundial Pedro Miguel Etxenike, la escritora Toti Martínez de Lezea, el ochomilista y «conquistador» Juanito Oiarzabal, el artista José Antonio Nielfa La Otxoa y el cantante Gorka Knörr estaban entre las personalidades que habían hecho su llamamiento a sumarse a la marea de luz que se expandió ayer por el centro de Bilbo. A medida que llegaba el día, se acentuaron los discursos que trataban de presentar esta concentración como una convocatoria de la izquierda abertzale. Sin embargo, en el listado de nombres que animaron a la movilización, -entre ellas Bernardo Atxaga y Txaro Arteaga- y entre las decenas de miles de participantes, había una pluralidad de ideologías que iban más allá del independentismo de izquierda.

El de ayer fue un fogonazo multitudinario en defensa de los derechos de los presos, y una convocatoria de este tipo no debiera embarrarse con las pugnas partidistas. Pero alguien había hecho otros cálculos, y no solo decidió dejar claro que su sigla no iba a acudir a la marcha, sino también optó por marcarla como un acto exclusivo de la izquierda abertzale. Quizá sean los nervios del año electoral.

Mirando las caras que llenaban las aceras a la espera de sumarse a la carretera mientras pasaban los familiares de los presos, se veía que allí había si no de todo, sí de mucho. No cabe duda de que la mayoría serán votantes de la izquierda abertzale, pero había también gentes de otras sensibilidades e incluso muchas de las que no se acercan a las urnas.

Vease, por ejemplo, que uno de los principales portavoces de Sare es Joseba Azkarraga, exconsejero de Justicia en los gobiernos de Juan José Ibarretxe, expresidente de EA que dejó el partido cuando se separó de la coalición con el PNV y se encaminó hacia la unidad en EH Bildu, y que en las últimas autonómicas pidió el voto para Iñigo Urkullu. En defensa de los derechos de los presos trabaja ahora codo con codo con, entre otras, Teresa Toda, que ha conocido durante más de seis años las prisiones españolas por haber trabajado en la dirección de «Egin».

Ambos estaban ayer en el parque de La Casilla, nerviosos pero confiados en el éxito de la convocatoria. Por allí andaba también Jose Mari Arrate, conversando con Tasio Erkizia antes del inicio de la marcha. Txiki Muñoz, de ELA, y Ainhoa Etxaide, de LAB, comparecían conjuntamente ante los medios de comunicación. CCOO también había hecho un llamamiento a sumarse a la convocatoria, al igual que Izquierda-Ezkerra.

El diputado de ERC Joan Tardá estaba acompañado de la parlamentaria del mismo partido Gemma Calvet. David Fernández, de las CUP, twitteaba su #NowEuskalHerrira.

Javier Madrazo o Paul Nicholson fueron reconocidos entre los asistentes, al igual que otras caras conocidas del país como Joan Mari Torrealdai, Joxe Mari Sors, Emilio Majuelo, Tontxu Campos, Txutxi Ariznabarreta e Iñaki Antigüedad.

El diputado general de Gipuzkoa, Martin Garitano, acudió fuera de los focos. Como él, entre los manifestantes figuraban parlamentarios y todo tipo de cargos públicos de EH Bildu. Laura Mintegi acudió al punto de cita para abrazar y conversar con sus excompañeros de escaño. Especialmente significativa la presencia de Patxi Zabaleta, padre de la encarcelada Miren Zabaleta, que hizo el recorrido desde el Ayuntamiento hasta Zabalburu en las filas formadas por los familiares de presos.

Exprisioneros, algunos públicamente muy conocidos como Juan Mari Olano y Mikel Korta, y otros sin tanta trayectoria pública acudieron también para defender los derechos de sus excompañeros. Gotzone López de Luzuriaga, por ejemplo, se rompía las manos aplaudiendo al paso de los familiares. Igual que exiliados que en los últimos tiempos han vuelto a casa.

Estos son algunos de los nombres de las personas que pudimos ver entre las decenas de miles de concentradas. Que nadie se enfade si estuvo ayer en Bilbo y no se ve destacado en letra negrita.

Había mucha gente. Muchísima. Ochenta mil según nuestros sistemas de recuento. Menos que en la excepcional manifestación del pasado año. Pero una enormidad para este pequeño pueblo que es Euskal Herria. Hagan cálculos de verdad, proporciones y no creo equivocarme si escribo que la capacidad de movilización mostrada ayer por Sare supera a la marcha convocada para hoy en París tras los días de tensión por los atentados yihadistas.

La exigencia de respeto a los derechos de los presos sigue estando en los corazones de una buena parte de este pueblo, aunque no forme parte de la agenda de los medios más influyentes ni de los partidos que pretenden marcar el paso de la sociedad.

En este país, en el que la Abogacía del Estado lleva a los tribunales cualquier minucia y la Audiencia Nacional imputa a un humorista porque ironizar sobre el partido del Gobierno se confunde con menospreciar a las víctimas de ETA, todavía se considera admisible que haya portavoces del PP, UPN y del PSE o PSN que hagan apología de la conculcación de derechos de las personas, que se atrevan a poner condiciones políticas para que cientos de familiares y amigos no se vean castigados con viajes de miles de kilómetros para un intercambio de miradas de cariño.

¿Cómo puede alguien atreverse a decir que si los presos vascos se arrepintieran podrían estar más cerca de sus familiares, cuando esa es una condición que no se le impone a ningún violador ni infanticida, por poner solo dos ejemplos? La explicación solo es una: porque son tratados de forma colectiva como presos políticos y contra ellos se aplica una estrategia de castigo añadido, extensible a sus familias con la dispersión, con la vana esperanza de quebrar la dignidad de unos y otros.

Una de las preguntas que suelen hacerse en estos casos es ¿para qué sirven estas manifestaciones? Quizá no muevan la política penitenciaria del Gobierno español, pero muestran al mundo que su práctica es injusta a los ojos de una multitud del pueblo que las sufre. Y enseñan también que la historia oficial que se quiere vender no coincide con la que se escribe día a día en las calles.

Se pedía desde la megafonía que los aplausos de esas decenas de miles de personas se escucharan con nitidez hasta en la más alejada de las prisiones. No en directo, pero sus ondas acabarán llegando hasta los oídos de los que saben que no están solos en la reivindicación de sus derechos más básicos. Solo por el ánimo que la marcha de ayer habrá insuflado a quienes tan pocos momentos de alegría tienen en la soledad de sus celdas, merece la pena convocarlas y acudir a ellas. Y solo por lo que escocerá a sus carceleros, a los reales y a los políticos, seguro que también.