Ramón SOLA
GRAN MARCHA EN BILBO CONTRA LA DISPERSIÓN

Redoblar la apuesta sin perderse en el camino

Dentro del tobogán emocional de subidas y bajadas que produce la titánica lucha por solucionar un conflicto cuando la otra parte no quiere, es probable que muchos asistentes a la marcha de Bilbo estén algo desanimados, no solo por las dificultades para ir solucionando la situación de los presos sino también por la participación registrada. El compañero Iñaki Iriondo situaba correctamente el asunto ayer en estas páginas: proporcionalmente a la población vasca, la movilización de esas 80.000 personas no tiene parangón en el mundo. Ahora bien, ciertamente son menos que las que salieron a la calle en 2012, en la ola de Aiete; en 2013, con una campaña de muchos meses que gestó una protesta «colosal»; y en 2014, cuando el Estado le dio el calentón final con una redada y una prohibición (ahora algo parece haber aprendido). Siendo realistas y sinceros, saliendo de discursos políticos previos generadores de expectativas desmedidas que luego acaban en frustración, este año y en este contexto no cabía esperar más de lo que pasó en Bilbo, que fue mucho.

Para quienes recorrimos las calles con ojos y orejas muy abiertos, la marcha tuvo un claro aire de transición entre esquemas anteriores que persisten (el recorrido, ciertos mensajes, eternos debates conceptuales que empiezan a parecerse ya al del huevo o la gallina...) y modos nuevos que no terminan de explotar (derechos humanos, pluralidad, perspectiva internacional...) En esa intersección, entre los 80.000 de ayer y los 13o.ooo del año pasado faltaron gentes por los dos lados, quizás a partes iguales; quienes se descuelgan porque no lo ven o no lo quieren ver (huida hace atrás sin recorrido) y quienes no terminan de animarse a entrar en un espacio abierto y ganador.

Las mentes inquietas seguramente se pregunten también si es que la movilización social por los derechos de los presos ha tocado techo. La respuesta es no. El contexto objetivo (iniciativas de EPPK, fin de legislatura estatal, tensiones internas en el Estado, vigilancia europea) apunta a que la cuestión carcelaria solo puede ir mejorando. Pero para acelerar su final, conviene que el movimiento por los presos en general salga de esa encrucijada y radicalice una apuesta con mucho margen de crecimiento, soltando amarras que se convierten en freno. Por ejemplo, si efectivamente es un asunto de derechos humanos, no son los presos las mayores víctimas de la dispersión (el cielo sobre Martutene o Puerto no es tan diferente), sino sus madres y padres ancianos y sus hijos e hijas pequeños forzados a jugarse la vida en la carretera cada fin de semana, a los que sería lógico poner en primer plano. Si efectivamente es una demanda plural, toca dar un papel a cada agente institucional, político y social dispuesto a hacer algo, así como una labor concreta y adecuada a cada persona deseosa de aportar. Y si efectivamente la acción internacional resulta esencial, rotular lemas en inglés es un primer paso, pero inútil si no se hace fuerza paralela para abrir las puertas de los grandes medios internacionales. En resumen, que hay recorrido claro y trabajo de sobra como para no perderse en el camino.