Nosotros sí que podemos
No debemos admitir a nadie que con su pretendida homologación seamos tolerados, eso es indignante. Debemos y tenemos que exigir ser respetados como lo que somos, sin necesidad de variar un ápice nuestras convicciones y proyectos.
En los próximos meses seremos testigos de diferentes movimientos, encuentros y negociaciones, en el cada vez más amplio espectro político. Además de legítimo, parece lógico posicionarse y buscar elementos comunes, máxime ante el «frente activo» de arbitrariedades con que interpretan el Estado de Derecho en la capital de España. in embargo, opino que el resultado de esos movimientos concluirá con un panorama similar. En mi opinión, no se puede esperar otro resultado.
De todas formas, en la raíz de estos desencuentros hay mucho más de economía que de antagonismo ideológico, y eso solo se cura con dinero. No es más que un corto capítulo que no merece mayor estimación, hay que seguir.
Ha costado, y mucho, pero en la izquierda abertzale hemos llegado a la convicción de que hemos acertado lo suficiente y también de que hemos blindado nuestro proyecto, de forma que no estamos por esperar la llegada de otra fase de la historia, para que la construyan generaciones menos egoístas que las actuales. Es por eso que trabajamos en todos los frentes por convencer a la sociedad de que debe sumarse al cambio. Y ese cambio está solo en nuestras manos y estamos seguros que no está lejos.
Porque si cuando estemos en disposición de decidir nuestro futuro todos participaremos del honor y la alegría, justo es que hoy participemos, también todos, de la pena y el sufrimiento. No podemos optar por hacernos intérpretes del reconocimiento del que sufre. No basta. Aquellos a quienes la edad, la situación social, las circunstancias, hacen beneficiarse de la lucha ajena deben asociarse con quien sufre y lucha, de un modo progresivo y positivo.
Porque, una vez más, estos días hemos presenciado y sufrido al ver cómo los hogares se vacían como antaño, y la angustia se extrema.
Nadie olvidará nunca que en las últimas décadas miles de ciudadanos vascos han sido deportados a las prisiones españolas y francesas. Pero la Historia sigue y sigue, y contará las torturas físicas y morales de su largo calvario, y recordará la miseria y los nombres de sus verdugos.
A pesar de todo, todavía hoy muchos vascos emplean sus fuerzas y su tiempo en el largo y enfermizo enfrentamiento interno, lleno de pasiones personales. Ahora, cuando el Gobierno de España luce sus galones franquistas, ignorando todo vestigio democrático, amenazando nuestro futuro.
Todos los patriotas vascos, sin distinción de partidos ni de condición, ni de origen, debemos plantarnos juntos ante el enemigo común. Estamos a tiempo.
Debemos aflorar lo que en cada uno de nosotros está por encima del interés personal, y eso no es otra cosa que la necesidad. Estamos obligados a ceder ante el interés general. Aquello que Roma llamaba res publica. Este sentimiento es el patriotismo inteligente.
Porque la patria no es un simple conjunto de individuos o de familias que habitan en un mismo territorio, sostienen mutuas relaciones, más o menos estrechas, de vecindad o de negocios y rememoran los mismos recuerdos, felices o penosos. La patria es mucho más que eso.
De todas formas, siempre hubo, y hoy también los hay, quienes contra la lucha y el enfrentamiento, manipulan cálculos mezquinos. Comercian sin rubor con los derechos de conciencia, olvidando que son soberanos, mirando a otro lado y accediendo en silencio ante el poder colonial que está esgrimiendo el Gobierno español para con Euskal Herria.
Por sí mismos, los actos y decisiones de la administración pública del agresor carecen de vigor. La autoridad legitima y ratifica tácitamente a aquellos que justifica el interés general, y solo de esta ratificación les viene todo su valor jurídico.
No debemos admitir a nadie que con su pretendida homologación seamos tolerados, eso es indignante. Debemos y tenemos que exigir ser respetados como lo que somos, sin necesidad de variar un ápice nuestras convicciones y proyectos.
Cierto es que hay quienes buscan ser homologados, y eso siempre es una opción, pero es «otra» opción. A propósito de opciones, quizá a la hora de definir los proyectos convendría exponer los métodos que se pretenden aplicar para realizarlos. Sería conveniente.
A lo largo de nuestra larga historia, hay personas que circunstancialmente pueden resultar determinantes en alguna fase del proceso político. Una de ellas es hoy el Sr.Urkullu.
Sr. Urkullu, usted y su partido han manifestado en repetidas ocasiones su firme decisión y compromiso con la defensa de los derechos democráticos de los presos vascos. Bien, si lo que ustedes afirman fuera cierto, ante la razia dirigida por un ministro español con cerebro propio de los cruzados cristianos del siglo XXI, hace pocos días, debería usted exhibir un mínimo de coherencia.
Sr. Urkullu, toda ideología se vuelve peligrosa cuando olvida lo que es y pretende pasar por ser el reflejo de la realidad. Las debilidades de su pragmatismo tienen como raíz la insuficiencia de su teoría de la verdad.
Usted, Sr.Urkullu, viene a identificar la verdad con lo útil, con el éxito en la práctica. Cuando lo cierto es que hacer de la utilidad la verdad no es otra cosa que la definición de la mentira.
Nadie puede ignorar que la formación hace al individuo, sin duda de ahí mi interés en finalizar recordando un principio de tecnología mecánica, que afirma: «Cuando varias fuerzas actúan sobre un cuerpo, con puntos de aplicación distintos, producen en el material ciertos esfuerzos internos que si son suficientes pueden llegar a romperlo».
Un principio que, de ser trasladado a la política, es para tenerlo en cuenta.
Sr. Urkullu, espero encontrarle en el camino.