13 MAR. 2015 GAURKOA Colocarnos en la agenda Joxemari Olarra Agiriano Militante de la izquierda abertzale Sucede en demasiadas ocasiones que la incesante repetición de una idea acaba desdibujando su contenido hasta convertirlo en un lema vacío movido tan solo por la inercia de la rutina. Una idea fijada para generar energía en la sociedad puede desembocar en algo inane, si la ciudadanía no la interioriza como impulso para la transformación; si no se la cree, si no la empuña. Insistimos en que el futuro de Euskal Herria está en manos de la sociedad vasca; y que este es el momento de ir a por la soberanía. Gure esku dago, decimos, y así es la cosa. Pero ¿somos conscientes de lo que significa? Estamos metidos hasta la médula en un proyecto vital llamado a cambiar radicalmente el espacio social, político, cultural en el que vivimos para colocarlo en las coordenadas que nos corresponden como nación histórica, como sociedad diferenciada, como país dueño de su soberanía y porvenir. Por ello llevamos a cabo una apuesta de vida; no solo como pueblo que busca poder decidir, sino también como personas libres por una sociedad libre en la que desarrollarse y pasar a la siguiente generación algo más justo y prometedor. Estamos, pues, inmersos en una tarea que nos afecta como miembros de un pueblo, pero también como personas en particular. Es decir, vamos a la recuperación de la soberanía para la reconstrucción de nuestro Estado al tiempo que diseñamos ese nuevo escenario en el que se desarrollarán nuestras vidas. Es una tarea que implica a lo colectivo y a lo particular, sociedad y ciudadano al mismo tiempo. Ser parte activa de la transición que cambie el curso de los acontecimientos y constituya un nuevo estado es algo de características formidables que no toda generación ha podido tener. Este tiempo político que vivimos nos ofrece ahora ese privilegio; el privilegio de poder escribir nuestra propia parte de la historia. Podemos experimentar la grandeza de participar en la forja del reconocimiento de nuestra nación milenaria. Pero por muy pretendidamente épico que resulte el párrafo anterior, las transiciones políticas, mientras se desarrollan, tienen bastante poco de líricas y mucho de decisión, coraje y, sobre todo, lucha. Primero es la lucha, que es lo único capaz de llevar los periodos de transición hacia el terreno de la consecución de los objetivos. La poesía vendrá luego. Ahora es el compromiso activo lo único que podrá hacer que, en verdad, el futuro esté en nuestra mano. Y es que, tras el cambio estratégico de la izquierda abertzale, ¿se le ocurre a alguien pensar que vayamos a alcanzar los objetivos sin tener que luchar por ellos? Parece una pregunta sencilla, pero antes de responderla no está de más recordar la magnitud de nuestra apuesta, pues lo que pretendemos es subvertir el orden español que nos niega el derecho a decidir sobre nuestro futuro. Ellos establecen que su ley es la que define la democracia y pretenden hacer valer su voluntad por encima de la de los ciudadanos vascos. Por el contrario, los vascos consideramos que somos los propietarios de nuestra soberanía y queremos decidir sobre cómo organizar nuestra sociedad. Estableciendo esta evidente colisión de intereses entre España y Euskal Herria, conscientes de lo que significa y del camino acordado, cabe preguntarnos si desde la izquierda abertzale hemos explicado de manera conveniente y suficiente qué es la confrontación democrática, pues esa es la clave de lo que vivimos. En el ciclo anterior, parecíamos tener muy claros los parámetros en los que se desarrollaba el conflicto, y sobre ellos hemos ido evolucionando durante los últimos decenios, unas veces de manera más satisfactoria y otras menos. Ahora que aquello quedó atrás y desde hace unos pocos años avanzamos en un nuevo escenario político, debemos preguntarnos si hemos interiorizado debidamente las características del tablero sobre el que nos encontramos y los recursos a emplear, para hacerlos más eficaces en la lucha y, así, alcanzar antes la soberanía y la independencia. Esta apuesta, en la que vamos a por todas, exige un nivel de participación ciudadana de unas dimensiones muy considerables, pues, de lo contrario, será imposible activar el músculo popular suficiente para avanzar en el proceso político y alcanzar esa gran mayoría social protagonista del salto. Por eso, debemos repetirnos nosotros mismos la pregunta: ¿Nos hemos empapado bien sobre cuáles son los instrumentos de lucha para esta fase política y somos conscientes del nivel de participación ciudadana que se precisa para llegar a buen puerto? En el mismo sentido de esa imprescindible reflexión, y ya hacia el interior de la izquierda abertzale, tendríamos también que cuestionarnos si nuestras estructuras están suficientemente adaptadas de manera correcta a la fase política en la que estamos. Y, de ser así, ¿percibimos bien ese ajuste de la maquinaría de la izquierda abertzale a las nuevas coordenadas de desarrollo del proceso? Y es que podría ocurrir que existiera una falta de sincronía, en cualquiera de los sentidos, que estuviera reteniendo la debida expansión de la acción y la influencia de la izquierda abertzale, debilitando la comunicación de nuestro mensaje político y provocando, en definitiva, que todo nuestro potencial no se transmita con plenitud hacia la sociedad para generar más energía de transformación. En Europa soplan hoy en día unos vientos favorables a la independencia como no había ocurrido desde hacía muchísimo tiempo. Estamos viendo pueblos europeos ilusionados en la lucha por la consecución de su soberanía. Ilusión convertida en compromiso que está moviendo los cimientos de vetustos estados siempre celosos de lo que consideran su unidad política y territorial. El deseo de independencia es, a fecha de hoy, una ilusión que pone en movimiento antiguas naciones de Europa. Ha fomentado el compromiso. Ha fomentado la participación y la lucha. Siendo ésta una realidad evidente, ¿estamos nosotros suficientemente motivados como para ponerlo todo en esta apuesta? No es suficiente ni una ilusión edénica ni sueños de un país de postal para afrontar este formidable reto de recuperar la soberanía nacional y la integridad territorial, para reconstruir Euskal Herria. Las ilusiones celestes no mueven la historia. ¿De qué tipo es nuestra ilusión? ¿Es de la que mueve a la participación y el compromiso? Y es que por muy favorables que sean los vientos que recorren Europa, no servirán de nada si no acertamos a aprovecharlas. También debemos plantearnos si centramos los focos de atención en los puntos debidos. En este sentido, ¿podría ser que diversificáramos demasiado y las iniciativas que presentamos dieran la sensación de lejanas unas de otras? No sería la primera vez que a la izquierda abertzale se le achacara cierto síndrome de Sísifo, de tal manera que cuando estamos a punto de llevar el objetivo a la cima sucede algo que lo distorsiona. Y vuelta a empezar. Transmitir mejor, focalizar de manera más eficaz... ¿y meter una marcha más? Igual es lo que necesitamos, un cambio de marcha que nos provoque otro impulso determinante en el proceso hacia la independencia. No se gana hasta que el miedo no cambia de bando, dice el aforismo. España está muy preocupada por el independentismo. Es algo notorio en declaraciones y acciones del Estado. Pero, lamentablemente, hoy por hoy los vascos no estamos en su agenda porque no hemos sido capaces de superar su umbral de temor. Aún. Ahí hay un reto determinante: colocarnos en su agenda de tal forma que seamos ineludibles. En ese momento comenzarán a cambiar algunas cosas y se hará más realidad eso de que el futuro está en nuestra mano; en la sociedad vasca. Porque no es el cielo que queremos tomar al asalto; es nuestro propio país lo que queremos recuperar. Nuestro objetivo está en la tierra: nuestra tierra vasca. Para eso son suficientes nuestras manos. Pero muchas y decididas a ganar el porvenir.