15 MAR. 2015 Entrevista Federico Luppi INTERPRETE DE LA OBRA DE TEATRO «EL REPORTAJE» «Quisiera que los militares dejaran de ser un factor de poder en todos los países» El veterano actor argentino Federico Luppi se pone el uniforme militar en la obra de teatro «El reportaje», representada el pasado miércoles en Donostia dentro del ciclo Dferia, para dar vida a un exgeneral de la última dictadura encarcelado por su implicación en el incendio del teatro bonaerense El Picadero en verano de 1983 y por participar en acciones de censura. Ainara LERTXUNDI El 6 de agosto de 1981, mientras Frank Sinatra cantaba en el Hotel Sheraton de Buenos Aires para la cúpula golpista, un comando de represores quemó el Teatro Picadero, convertido en símbolo de la resistencia cultural frente a la Junta Militar de Videla. Los militares quisieron de esta forma acabar con el movimiento protesta que se estaba gestando en el ámbito del teatro. En un contexto de represión, desapariciones y exilio, un grupo de actores, directores, autores y escenógrafos comenzó a reunirse cada jueves a las cinco de la tarde en casas particulares para «tomar mate con pastas y hablar de la vida». En uno de esos encuentros, el dramaturgo argentino Osvaldo Dragún, Chacho, propuso eludir la censura escribiendo obras cortas eróticas. Fue la primera semilla de lo que, después, se conoció como Teatro Abierto; 21 obras de un acto que se representarían, tres por día, durante dos semanas en una sala del Teatro Picadero en horario vespertino. «Buscábamos cómplices para una idea loca. Casi como contrabandistas. En voz baja. Para no asustar a nadie. Ni siquiera a nosotros mismos. Sonaban más fuertes las sirenas policiales que nuestras voces. De pronto las islas flotantes que se fueron uniendo conformaron un continente». Con esas palabras evocó Chacho Dragún aquella «contestataria» experiencia. En la obra «El reportaje», escrita por Santiago Varela y dirigida por Hugo Urquijo, el actor argentino Federico Luppi encarna a un exgeneral implicado en el incendio del Teatro Picadero de Buenos Aires que es entrevistado por una canal de televisión en prisión. Con la mirada fija en la cámara, no muestra ningún pudor ni arrepentimiento. «Con la censura todo va mejor», asegura ante las preguntas de la periodista, encarnada por la actriz Susana Hornos y pareja de Luppi en la vida real. «La máxima es mantener el poder y mantenerse en el poder. Si uno tiene el poder lo usa; ¿para qué lo usa?, pues para lo que crea conveniente. ¿Es tan difícil de entender eso?», exclama este viejo militar ante la mirada perpleja de la periodista. «Podríamos escribir una Biblia sobre las complicidades del militarismo en Argentina. Lo que facilita enormemente la comprensión del comportamiento militar es la total y absoluta falta de humanidad de cada uno de ellos. Los militares en Argentina, e imagino que en otras partes del mundo, eran unos chulitos con armas pagadas por el pueblo que gozaban de la complicidad que da una impunidad absoluta. Esta obra habla de todo eso», señala Luppi, que a sus 79 años únicamente ha podido ejercer el derecho al voto «en tres ocasiones, cuando, según las estadísticas, debería de haberlo hecho una docena de veces. En Argentina, cada dos años y medio o tres, asistíamos a un golpe de Estado». En la entrevista concedida a GARA en el interior del Teatro Victoria Eugenia, Luppi, en las antípodas de su personaje, expresa su íntimo deseo de que «los militares dejen de ser un factor de poder». La sociedad argentina está inmersa en el ajuste de cuentas con el pasado. ¿Considera que esta obra la deberían ver especialmente las generaciones más jóvenes? Como testimonio teatral, la debería ver todo el mundo, porque no todos conocen los detalles de la llamada «guerra sucia» o la guerra de los «años de plomo». Me parece que es un exponente bastante crítico y claro de lo que ocurrió y ocurre, seguramente en varias partes del mundo, sobre todo en aquellos países que se han distinguido por eliminar las libertades cívicas. ¡Hay tantos países en el mundo en los que la única referencia para gobernar ha sido la muerte! Desde mi punto de vista, sería interesante si se pudiese hacer que todo el mundo viese este tipo de documentos. ¿Qué valoración le merecen expresiones tan frecuentes como «es preferible no reabrir las heridas y olvidar el pasado»? Sinceramente, creo que el olvido es un serio y fatídico error, porque, voy a decir lo que todo el mundo ya sabe -no pretendo en absoluto ser original-, los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo indefinidamente. Dejar que el olvido sea el toldo acolchado en el que se ocultan los pecados y los crímenes me parece que es una manera bastante suicida de permitir que el mal siga siendo la referencia constante. ¿Cuán sana es la memoria para una sociedad? Si analizamos el caso de Argentina a partir de los siglos XIX y XX, muchas de las cosas que ocurrieron y se repitieron ignominiosamente en la historia han sido justamente por mirar para otro lado. Desde tiempos inmemoriales, diría yo, las clases altas de Argentina han usado los ejércitos y la traición y la muerte como una forma de dirigir un país, de ser más bien funcionarios tipo gerentes que hacen que el país funcione según sus intereses. Eso ha ocurrido muchas veces porque la propia gente ha olvidado que sus verdugos son los que manejan el país. En relación a esta obra, remarca la «brecha insoslayable» entre la cultura y el uniforme militar. ¿De dónde nace esta brecha? Es como quien escribe la historia a partir de un concepto triunfalista de la fuerza. En todas las partes del mundo, los militares han tenido siempre la gran virtud de evitar las discusiones políticas pegando un sablazo en la mesa. Y para un militar el recorrido por los conceptos intelectuales es una tarea completamente compleja y cansina. No hay nada más aburrido para un militar que escuchar hablar justamente de libertad, de derechos civiles, de educación, de cultura... Son cosas que a los militares les aburren tremendamente. ¿Por qué les aburren? Porque tienen que poner en marcha un aparato que no todo el mundo usa, que es la cabeza. Entre los uniformes y la cultura hay un abismo insoslayable. Los sables odian todo aquello que conlleva cierta investigación sobre la conducta humana. Lo del Teatro Picadero fue un eslabón más dentro de todo este desperdicio de inteligencia; fue la típica respuesta del sable frente a la letra y el libro. No era la primera ni la última vez que las Fuerzas Armadas arremetían contra un exponente cultural. Quisiera en este punto recordar una frase muy ilustrativa de Joseph Goebbels: «Escucho la palabra cultura y la mano se me va al revólver». La cultura fue pisoteada por las botas de personas que, en términos generales, tienen serios problemas para expresarse y que, por tanto, lo único que les queda es la patada en la espalda, el sablazo, la tortura y la muerte. La educación y formación que reciben las Fuerzas Armadas se basa en la muerte. Así ocurrió, en Argentina. Como ciudadano argentino, ¿qué sintió cuando el difunto Néstor Kirchner ordenó retirar los retratos del general Videla y de Quiñones? Según la Constitución argentina, el presidente es también el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. En Argentina nunca fue así. Los militares se reían de eso. `¿Un presidente comandante del Ejército?', decían con ironía. Kirchner se atrevió a poner en práctica ese precepto constitucional y, aun habiendo conversado antes con el general Roberto Bendini, le ordenó que bajara esos retratos. `Pero, presidente...', le respondió Bendini. `¡Bájeme esos retratos!', le ordenó Kirchner. Ese acto produjo tanto revuelo como un hecho de armas, porque demostró que, por fin, comenzaba a funcionar el sentido de la ley. Poco después, en un discurso frente a las Fuerzas Armadas, Kirchner les dejó claro que no les tenía miedo. Nosotros sentimos que había aterrizado -por decirlo de alguna manera- una persona de verdad en el mundo de la política. ¿Qué claves utilizó para dar vida a este personaje? El propio texto es bastante claro y elocuente. La obra está dirigida por Hugo Urquijo, que tenía bastante claro los pasos que iba a dar con la obra. Al comienzo sentí un poco de furor por defender dramáticamente lo indefendible. Pero, después me pareció que estábamos haciendo algo realmente adulto. En la película «Los pasos perdidos», de la uruguaya Manane Rodríguez, usted da vida a un abuelo que llega a España buscando a su nieta Mónica, una joven de 20 año apropiada durante la dictadura ¿Qué sintió al dar vida a este abuelo, inspirado en la búsqueda real de su nieta que protagonizó el poeta Juan Gelman? Sin descalificar a los abuelos, padres, tíos... lo cierto es que mientras éstos se encerraron en la cocina bebiendo mate y llorando a lágrima viva por la ausencia, las madres decidieron salir a la calle. La mayoría de las veces fueron esas madres y abuelas quienes colocaron la dinamita afectiva en esa búsqueda. Con mensajes sencillos, comunes... hicieron algo impensable hasta ese momento en el mundo; se convirtieron en el símbolo casi indestructible de Argentina. El cine me convierte en un personaje heroico sin correr demasiados riesgos. Me gustó mucho lo que le ocurría a este abuelo, y lo que sentía. En esta obra teatral, el general habla sin ningún pudor. Pero, en la vida real, los militares siguen guardando un pacto de silencio, lo que impide encontrar a los casi 400 nietos que aún siguen desaparecidos. ¿Asistiremos en algún momento a la ruptura de este pacto? ¿Qué factores posibilitan que aún se mantenga? Los componentes típicos de los países en los que hay una clase importante, la clase de los mandamás, por así decirlo, que tienen estructuras de pensamiento francamente fachas y que, con dinero y poder, consiguen crear el pacto de silencio y la idea -esto también es peligroso- de que `algún día esta gente va a volver'. Están, permanentemente, batiendo el parche de `ya nos cobraremos'. Las Fuerzas Armadas han demostrado una profunda cobardía. Los argentinos y el mundo hemos visto a generales con rango de cinco estrellas haciéndose pasar por enfermos, simulando temblores y negando todos sus crímenes. Pese a ese «pacto de silencio», las Abuelas de Plaza de Mayo han logrado encontrar a más de un centenar de nietos, entre ellos, al nieto de la presidenta de Abuelas, Estela de Carlotto. Eso va a seguir. Las Madres han protagonizado una búsqueda empecinada, indeclinable, tremendamente valorada sin recurrir a ningún hecho vengativo. No han herido ni atentado contra ningún militar. Lo de las Madres excede toda ponderación novelera. Realmente captaron algo de la gente con la humildad, valentía y creatividad propia de las madres. La muerte del fiscal Alberto Nisman y su denuncia contra la presidenta Cristina Fernández ha hecho correr ríos de tinta. ¿Teme que elementos del pasado puedan estar gestando un «golpe de Estado blando» como se viene denunciando? El miedo existe porque es auténticamente real. La derecha argentina está todos los días, incansablemente, peleando por mante- ner la impunidad y apropiarse del producto argentino; lo que le interesa es convertir a Argentina en una factoría dependiente. La estructura jurídica en Argentina ha tardado 34 años en hacer justicia; es conservadora, se jubilan cuando quieren... Todos los días hay que pelear con ellos para que, de vez en cuando, apliquen la ley. Yo siempre tengo presente que esta gente puede volver. Me gustaría, como una expresión de deseo muy fuerte y profunda, que en todo el mundo, a ser posible, los militares dejaran de ser un factor de poder. Es muy difícil pero, bueno, desearlo no cuesta nada. Esa es la reflexión que quisiera transmitir.